¿Mateo?

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El mundo se detuvo en el mismo instante en que Adrián vio a Mateo tirado en el suelo, su espalda apoyada contra una pared derrumbada. Respiraba con dificultad, su cuerpo frágil y su rostro desbordado por el dolor. Era como si todo lo demás hubiera desaparecido, y solo quedara él, ese chico que había sido su compañero, su amigo, su refugio en un mundo que se desmoronaba a su alrededor. Su corazón comenzó a latir con furia, cada pulsación retumbando en su pecho, un latido más pesado que el anterior, como si el propio tiempo se estuviera colapsando bajo el peso de la angustia.

Adrián corrió hacia él, sin pensar, sin dudar. El miedo lo había invadido por completo, pero el amor que sentía por Mateo lo empujó, lo hizo moverse. No podía perderlo. No podía dejar que el chico que le había dado tantas razones para seguir adelante se desvaneciera frente a sus ojos. Se arrodilló junto a él, temblando, con las manos buscando la fragilidad de su cuerpo. El miedo se acumulaba en su garganta como un nudo invisible, lo asfixiaba, y su respiración se volvió errática, desesperada.

—Mateo... —susurró con desesperación, sintiendo la voz quebrarse, como si una parte de él mismo se estuviera rompiendo al mismo tiempo. Las palabras apenas salían, como si se las tragara la angustia.

Mateo, en un principio, no reaccionó. Su cuerpo estaba allí, pero su alma parecía alejarse lentamente, como si ya estuviera a punto de abandonarlo. Sus ojos, brillando con una luz apagada, no lograban enfocar. La respiración de Mateo era irregular, difícil, cada vez más entrecortada, como si su vida misma estuviera luchando por mantenerse. Adrián, incapaz de soportar ese sufrimiento, le levantó el rostro entre sus manos, sus dedos temblorosos tocando la piel fría de su amigo. Las palabras se quedaron atoradas en su garganta. No había nada que decir. No había nada que pudiera reparar la gravedad de la situación.

Mateo, con un esfuerzo doloroso, alzó el brazo. Adrián lo miró hacia abajo y vio lo que le rompió el alma en un solo vistazo. Una mordida. Una gran herida en su antebrazo. La piel desgarrada, los bordes de la carne rotos, y la sangre manando sin cesar. Un sangrado profundo. Dentro de la herida, los rastros de lo que claramente era una mordida. Esa imagen se le clavó en los ojos, tan real y brutal que no pudo procesarla, no podía aceptarlo. Cada segundo parecía estirarse, pero todo lo que podía ver era esa herida, esa marca de muerte inminente.

Adrián dio un paso atrás, como si el golpe lo hubiera derribado. El aire se le escapó, el mundo giró lentamente, y el dolor se hizo tan intenso que sentía como si su propio cuerpo ya no le perteneciera. El tiempo se ralentizó. El frío lo envolvió. No podía ser. No... no podía ser. El chico que había llegado tan lejos, que había luchado y reído a su lado, no podía estar muriendo. No podía estar pasando esto. No podía.

—No... no puede ser... —susurró entre dientes, la voz rota, apenas audible, como si estuviera tratando de convencer a su propio corazón de que no era real. Pero las palabras se sentían vacías. No había nada que pudiera hacer. No podía cambiarlo.

—Dime que no es de un zombie, Mateo... —imploró, tembloroso, su voz quebrada por el miedo y la desesperación. Las lágrimas comenzaron a brotar, cayendo como una lluvia silenciosa sobre su rostro. La desesperación, la impotencia, el miedo de perderlo todo, se acumulaban dentro de él. No quería aceptar lo que veía, lo que entendía que iba a pasar. —Por favor, por favor, dime que no es...

Las palabras se quedaron atoradas en su garganta, y Mateo, con esfuerzo, entrecerró los ojos, tratando de enfocar el rostro de Adrián. Al final, con una mueca de dolor, apenas pudo susurrar:

—¿De qué más va a ser?

Adrián sintió como si el suelo se desmoronara bajo sus pies. La confirmación de su peor pesadilla había llegado. Mateo había dado la respuesta más cruel, la más directa. Y ya no había vuelta atrás. El mundo, tal como lo conocía, ya no existía. En ese momento, algo dentro de Adrián se quebró, se rompió por completo. La desesperación lo invadió con tal fuerza que, sin pensarlo, abrazó a Mateo con todas sus fuerzas, apretando su cuerpo contra el de él, como si pudiera evitar que se desvaneciera, como si, con ese abrazo, pudiera devolverle la vida. Pero no podía. Nada lo salvaría ahora. Nada.

Tal vez en otra vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora