Prólogo

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Alguna vez Aiden se había preguntado por qué su madre nunca había echado de casa a su padre. ¿Cuántas veces es una persona capaz de perdonar a alguien a quien quiere? Ya había perdido la cuenta en el caso de su madre, y él mismo ni siquiera era capaz de seguir el ritmo. Tampoco quería seguirlo, no cuando su padre había tratado a su madre como si fuera un animal despreciado y no una mera persona con sentimientos. ¿Alguien así tenía acaso derecho a seguir existiendo como si nada? Aiden tenía la respuesta bastante clara.

Y esa misma es la pregunta que se hace en el preciso momento en el que su vida da un giro de trescientos sesenta grados. Era una madrugada cualquiera, una de esas que se olvidan y se funden entre todas las demás. Sólo que en su caso, Aiden no olvidaría esa noche, sino todo lo contrario. La brisa traía consigo un olor a humedad típico de la ciudad a mediados de noviembre, y las prácticas de la universidad le habían llevado al bar más cercano para tomar unas cañas con sus compañeros. Cansado y aún con la mochila echada al hombro, divisar la puerta abierta de casa no era más que un mal presagio. 

Sabe perfectamente lo que ha podido pasar.

No, no, no, ¿ya había llegado el día que tanto tiempo había estado temiendo y tratando de evitar?

Centenares de distintas posibilidades divagan por su cabeza cuando decide dar ese paso que le separa de la cruda realidad. El rastro de sangre hasta la cocina no hace más que afirmarle lo que tanto estaba esperando, el cuerpo inerte de su madre en el suelo le pide ayuda a gritos, o al menos eso es lo que haría si no tuviera ya la piel pálida y fría; muerta.

Cualquiera describiría como desgarrador el grito que le quema en la garganta y es incapaz de aguantarse. Las rodillas contra el suelo y las manos aferradas a ese rostro tan familiar, esa boca que alguna vez le sonreía y esos ojos que le miraban con todo el cariño del mundo contenido en cada iris. Muerta, su madre estaba muerta, y él no había podido hacer nada para evitarlo. La culpa trepa y toma asiento sobre su hombro, nefasta a la hora de introducir cualquier pensamiento ilógico en la mente del joven. Todo había sido su culpa y de nadie más. No tendría que haberle dejado sola en ningún momento, no tendría que haberse separado de ella cuando sabía el peligro que su padre podía llegar a ser. Claro que su padre era culpable, pero Aiden lo era más aún.

La culpa le susurra entre lágrimas, entre jadeos ahogados y respiraciones entrecortadas. La cocina se le queda pequeña y el tiempo frena hasta dejarle suspendido. Nada ni nadie importa cuando pierdes a la persona que más aprecias en este mundo. Su madre se había ido para siempre, y nunca jamás sentiría sus arrugadas pero cariñosas manos guiándole en la oscuridad de la noche. 

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⏰ Última actualización: Nov 14 ⏰

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