₆₄Hielo y sangre

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Soy una espada nacida del hielo y de este fuego...y del fuego Targaryen también

y del fuego Targaryen también༻

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—No sé cómo lo conseguí.

Durante las noches frías y reposadas, el aire se llenaba del olor de las flores y la hierba, latía de tranquilidad y silencio, apenas interrumpido por el zumbido de las abejas y de los grandes abejorros. En noches como ésas Yennefer sacaba el sillón de mimbre que Robb les había hecho llegar. Yennefer se sentaba en él y extendía todo lo posible sus piernas. A veces estudiaba libros, a veces leía cartas que recibía por intermedio de extraños mensajeros, búhos las más de las veces. Alguna vez simplemente se sentaba con la vista clavada en la lejanía. Una mano retorcía pensativamente sus brillantes rizos negros, otra acariciaba la cabeza de Aelirenn que estaba sentada en la hierba, apretada contra el duro y cálido muslo de la hechicera.

—¿Conseguir que? —le preguntó Yennefer.

Aelirenn se quedó en silencio.

—Una corona —dijo finalmente— La que le prometieron a Zephyr mientras yo aprendía a sostener una espada. Pero ella está muerta —La palabra dolió más de lo que había esperado—. Y ahora... la corona es mía.

—Es realmente fácil, feúcha. Tienes la sangre de los Oscuros —respondió Yennefer, como si eso fuera suficiente— A dónde quieras que vayas, y lo sepan o no, están destinados a doblar la rodilla ante la sangre negra. Siempre ha sido así, y siempre lo será.

Aelirenn inhaló, embriagándose con la brisa que sabía perfectamente de dónde provenía.

—¿Algún día terminará? —preguntó más para sí misma. Y a pesar de que siempre encontraba como responderla, aplazarla. Siempre, siempre surgía a la superficie otra vez.— ¿Cuántas personas morían por un trono otra vez? ¿Cuántas colgarán ahora de los árboles y las estatuas? ¿A cuántas más decapitaran?

Yennefer no respondió.

Quizás ella no tenía la respuesta a esas preguntas, o quizás sí, pero no respondía por miedo a que a ella no le gustaran aquellas palabras. Aquella que sabía que era precisamente la respuesta a sus preguntas, y que nunca quería aceptar. Nunca.

Mientras haya un ápice de poder. Un pequeño trozo de trono, siempre habrá guerra, sangre, espadas contra espadas por él. Los tronos o las personas al poder no eran símbolos de paz, símbolos de protección. Eran blancos. Blancos de las sombras y destrucción.

—¿Yennefer?

—Estoy aquí, feúcha.

—Dime, ¿se puede hacer todo con ayuda del ísseiðr?

—No.

—Pero se puede hacer mucho, ¿verdad?

—Verdad —la hechicera cerró por un momento los ojos, se tocó los párpados con los dedos— Muchísimo.

¹Reyes del Norte•GOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora