El apellido Kronides es sinónimo de poder, riqueza y dominio absoluto en el mundo empresarial. Su imperio, Olympus Corporation, ha reinado durante décadas en los sectores más lucrativos, desde tecnología hasta energía, con una influencia que se exti...
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Han pasado tres días desde aquella maldita reunión.
Tres días desde que decidieron mi destino sin siquiera consultarme.
Tres días en los que no he visto a Zeus.
He pasado la mayor parte del tiempo en la biblioteca, donde nadie me molesta. Me refugio en el silencio de las páginas, pero ni siquiera las palabras impresas logran disipar la tormenta que se agita en mi interior. Cada vez que cierro los ojos, revivo aquel instante con precisión desgarradora: la voz de mi padre dictando mi futuro con la indiferencia de quien mueve una pieza en el tablero, las protestas de mis hermanos disipándose como un eco lejano, y la mirada de Zeus…
Inmutable.
Como si nada de esto le afectara.
Cruzo las piernas sobre el sillón de terciopelo y me obligo a concentrarme en el libro que sostengo entre las manos. Pero entonces la puerta se abre con un leve chirrido.
—Ah… aquí estás.
El tono profundo y relajado me hiela la sangre.
Poseidón.
Levanto la vista y lo veo apoyado contra el marco de la puerta, esa sonrisa ladina dibujada en su rostro con la misma confianza de siempre. Avanza con pasos tranquilos, deslizándose como una sombra entre las estanterías. Su porte es el de un hombre que jamás ha tenido que rogar por nada en su vida.
Poseidón nunca ha sido el hermano más confiable. Pero sí el más peligroso.
—No recordaba que fueras una rata de biblioteca —comenta con aire distraído.
Cierra la puerta tras de sí, aislándonos. Su mirada me recorre con descaro, deteniéndose en cada rasgo, cada curva. No hay prisa en su escrutinio.
—Has crecido mucho —musita con voz baja, casi como si hablara consigo mismo.
No respondo. No parpadeo.
Siento su atención posarse en mi cabello largo y rubio, en mis ojos azules que reflejan la luz de la lámpara, en la forma de mi rostro. Luego, su mirada desciende lentamente.
Sabe lo que está haciendo.
—Estás hermosa —murmura con franqueza.
Sus palabras no son un cumplido. Son una provocación.
Poseidón siempre ha sido así. Dominante. Insolente. Un hombre que disfruta del juego de la manipulación y la conquista, sin importarle a quién devora en el proceso.
—Lástima que tengas que casarte con Zeus.
Mi ceño se frunce ante su tono.
—No tienes idea de cuánto lo lamento yo —murmuro, cerrando el libro con un chasquido seco.
Poseidón sonríe, pero hay algo afilado en su expresión. Algo calculador.