Hit me, yell at me, hurt me; do whatever to me, just give me attention.
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No sabía cuánto tiempo llevaba allí. La línea entre los días y las noches era inexistente, difuminada por el dolor constante y las sombras de su captor, Strade. Las cicatrices y los moretones en su piel eran un recordatorio cruel de su realidad.
El frío del suelo de concreto era casi un consuelo, una pausa en su sufrimiento interminable. Había perdido la cuenta de cuántas veces había implorado que terminara todo, de morir, aunque siempre volvía a abrir los ojos.
Este día no había sido diferente; el aire de la habitación era pesado, cargado con el aroma metálico de su sangre. Su último recuerdo era el de su propia voz quebrada suplicando, antes de que todo se desvaneciera en la oscuridad.
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Al abrir los ojos, la luz mortecina de una lámpara parpadeante iluminaba la habitación. Se sentó en el suelo, sosteniéndose con dificultad. Sus ojos se clavaron en el suelo, con la mente distraída.
El sonido de pasos acercándose llamó su atención, haciendo que levantara lentamente la cabeza hacia la puerta, la cual chirrió al abrirse. Esperó ver la figura familiar y aterradora de Strade. Pero esta vez, era alguien diferente, totalmente diferente.
Un chico de baja estatura, con mechones cortos y rojizos, y ojos anaranjados entró al cuarto. En sus mejillas había pequeños triángulos invertidos de color rojo oscuro, además de tener cola y orejas de zorro con cicatrices esparcidas en su cuerpo, y un collar metálico en el cuello. En sus manos llevaba un plato de sopa humeante y un vaso de agua con hielo.
Al llegar delante de ella, se agachó lentamente, dejando los objetos frente a ella y manteniendo una distancia respetuosa.
—Es sopa de pollo... No es mucho, pero te ayudará a sentirte un poco mejor— Dijo con voz suave.
Ella no respondió; solo se quedó observándolo, buscando una trampa en su expresión. Él no parecía como Strade; no había burla ni malicia en sus ojos. Lo único que vio fue una especie de gentileza, algo que casi había olvidado que existía.
Dudó, pero finalmente sus manos temblorosas alcanzaron el plato de sopa, jalándolo más cerca. Al tomar la cuchara llena de caldo, se le cayó al tazón, salpicando un poco.
—Déjame ayudarte— Murmuró, acercándose para después tomar la cuchara con delicadeza.
El chico llenó la cuchara de caldo y la llevó lentamente hacia la boca de la chica. Ella abrió los labios, permitiendo que él la alimentara. Fue ahí que recordó quién era él; algunas veces había escuchado a Strade decir su nombre, pero nunca lo había visto.
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Los días pasaron en un ciclo infernal que parecía no tener fin. Strade entraba al cuarto con su sonrisa sádica y sus herramientas en mano. Siempre era lo mismo: el dolor, las burlas, la humillación y el eco de su risa que se quedaba grabado en su mente. Todo era un espectáculo para él, una función macabra.
Pero cuando él se iba, algo diferente sucedía. Siempre, sin falta, la puerta se abría de nuevo y Ren entraba, trayendo consigo un plato de comida y agua, y algo que ella no había sentido en mucho tiempo: cuidado, cariño y atención.
Ren limpiaba con cuidado las heridas que Strade dejaba. Su tacto era firme, pero suave, asegurándose de no lastimarla más de lo necesario. Mientras trabajaba, hablaba en voz baja, llenando el silencio opresivo con historias simples.
Ella no hablaba mucho, solo escuchaba, dejándose llevar por el ritmo calmado de su voz. Amaba escucharlo, que le dijera cosas.
La rutina era casi siempre la misma: dolor, desesperación y luego la presencia tranquilizadora de Ren. Él no podía detener lo que Strade le hacía, pero su compañía era un bálsamo en medio del caos.
Con el tiempo, esa chispa de vida que pensó que había perdido comenzó a encenderse de nuevo. No por ella misma, sino porque alguien estaba allí, alguien que realmente se preocupaba por ella.
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🇩 🇦 🇹 🇴 🇸 :
•La canción del encabezado (separador) me inspiró para este escenario con la parte "y yo solo soy una idiota con la cara pintada en la esquina, ocupando espacio, pero cuando él entra, soy amada, soy amada"
