Cap1

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•Zaun: distrito suburbano•

El hombre mayor se recostó en el respaldo de su silla, cansado. Sus dedos largos y elegantes presionaron sus sienes mientras dejaba escapar un bufido bajo. Giró la silla hacia la ventana, contemplando la vista opresiva y siempre cambiante de Zaun. Desde allí, la ciudad parecía un caos organizado, un mar de luces verdes y sombras inquietantes, reflejo de su propio estado mental. Había pasado horas sumergido en papeles y documentos, pero incluso el trabajo más absorbente no lograba alejar esa incómoda sensación de que algo estaba fuera de lugar.

-¿Dónde está Jinx? -preguntó de repente, rompiendo el silencio de la habitación.

La mujer morena, que estaba ajustando el mecanismo de su brazo metálico en el sofá cercano, levantó la vista y gruñó con molestia. Su destornillador hizo un leve "clang" al chocar con el metal.

-No lo sé -respondió Sevika, dejando el destornillador a un lado y apoyando los codos en las rodillas-. Se supone que iba a acompañarnos para dejar la próxima carga, pero nunca se presentó.

Su mirada se posó en el suelo, incómoda. Sabía que si la conversación derivaba en reproches, ella sería la primera en recibirlos, no la chica. A pesar de todo, Jinx siempre parecía estar protegida por un escudo invisible.

-Ha estado... desapareciendo más seguido últimamente -murmuró Silco mientras sacaba un puro del interior de su chaqueta. Lo manipuló con la calma habitual que caracterizaba sus gestos, aunque sus ojos delataban una inquietud que no quería admitir.

Sevika levantó la mirada. Ella también lo había notado. No era la primera vez que Jinx faltaba a una entrega importante, y cuando aparecía, siempre tenía alguna excusa para irse antes de tiempo. Pero así era esa niña: impredecible, obstinada y, sobre todo, desconcertante.

-Me preocupa que algo le esté pasando -continuó Silco, encendiendo su puro con una llama tenue de su encendedor. Dio una calada larga y pausada antes de agregar-: No durmió en su habitación anoche.

El humo grisáceo se elevó en espirales hacia el techo mientras Silco giraba la silla nuevamente para mirar a Sevika. Sus dedos tamborilearon en el puro, esperando alguna respuesta útil.

-¿Quiere que la busque, señor? -preguntó Sevika, cruzándose de brazos. Su tono era serio, casi profesional, aunque no podía evitar sentir una pizca de frustración.

Silco lo meditó por un momento, su mente calculando las posibilidades, pero antes de que pudiera responder, una voz cantarina los interrumpió desde arriba.

-¡No es necesario, estoy aquí!

Ambos miraron hacia el techo, donde Jinx estaba colgada de las vigas como un mono juguetón. Llevaba una de sus bombas en una mano y un pincel en la otra, balanceándose con una sonrisa amplia y descarada.

-¿Dónde estabas? -preguntó Silco con un tono que oscilaba entre la reprimenda y el alivio. Se levantó de la silla de forma algo brusca, su figura imponiéndose en la habitación.

-¡Por aquí, por allá! -canturreó Jinx mientras saltaba al escritorio con la agilidad de una acróbata. Sus ojos azulados brillaban de una forma peculiar, no con la chispa caótica habitual, sino con algo más auténtico, más humano.

Con total despreocupación, empezó a juguetear con el aparato médico que Silco usaba para su ojo, ensamblándolo como si fuera un rompecabezas infantil.

-Sabes que tienes que avisarme... -dijo Silco, volviendo a su silla mientras pasaba una mano por el cabello de la chica, en un gesto sorprendentemente paternal-. ¿Y si te pasa algo?

El ritmo Cambiante de JinxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora