—¡No puedes ver a la novia antes del altar! ¡Sof, escóndete! —Serena gritó histérica, apenas abrió la puerta. La sostuvo entornada para no dejarle visión a quién supuse que era Thomas del otro lado. Tanto Julie como mi madre, me arrinconaron contra el armario sin darme tiempo a rechistar y abrieron la puerta del mueble buscando cubrirme.
—¡Es de mala suerte, chico! ¡¿Quieres tener mala suerte en tu matrimonio?! No lo creo. —Mi madre chilló de igual manera.
Ese día era el día.
¡Iba a casarme!
Y mi familia manejaba más ansiedad que yo misma. En ese punto, lo único que hice fue reír por ser tan exageradas. A pesar de los nervios, estaba tan segura de mi decisión y de la persona que se convertiría en mi esposo, que me encontraba en paz. Muchas cosas podrían salir mal en la fiesta pero no en nuestra vida juntos.
Después de mi declaración frente a la torre Eiffel, pasamos dos excelentes años juntos. Él, como toda persona que planea perfectamente su vida, esperó a que me graduara de la universidad para poner un anillo de compromiso en mi dedo. Reservó unas vacaciones para nosotros en Italia y preparó cada detalle de una velada nocturna y romántica en la playa Amalfitana. Se arrodilló frente a mí y pronunció esas palabras que tanto anhelaba escuchar.
"Sofía, ¿Serías mi esposa?"
Cada vez que lo recordaba, mi corazón saltaba con entusiasmo.
—No voy a mirar. —Lo escuché decir, por encima de los gritos de mi hermana y mi madre.
—¿Lo prometes?
—Yernito, ¿Qué necesitas de mi Sofía? —Mamá inquirió, menos gritona y más calmada. Julie y yo contuvimos una sonrisa divertida por como se refirió a él.
—Quiero hablar con ella.
—¡Hola, amor! —Fue mi turno de intervenir.
—Sofía, amor, ¿Puedes acercarte?
—Oye, como le mires el vestido, te asesinamos. —Amenazó mi hermana. Lo cierto era que Serena lo había adoptado como un hermano más, por esa razón ya no se comportaba tímida con él. Y él, siempre muy correcto, solo asentía y aceptaba.
—Te creo, Serena. —Aseguró. Ya estaba bien familiarizado con la locura de mi familia.
Mis secuestradoras se relajaron y me dejaron salir de mi escondite. Tomé la cola larga del vestido con mis manos para no tropezar en el camino, pues aún me faltaba colocar los tacones para quedar a la altura perfecta. Una vez que estuve cerca de la puerta entornada, sonreí bien grande. Él no podía verme, pero no podía ocultar la felicidad que bombeaba en todo mi sistema.
—Hola. —Volví a decir. Esta vez, con suavidad. Íntimo, para él solo.
—Casi me ataca una jauría de lobas. —Susurró, para que ellas no escucharan. Solté una carcajada.
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El diablo viste de traje
RomanceAl jefe de Sofía lo despidieron. Ser secretaria de un anciano machista nunca había sido de su agrado así que, al volver a la oficina, lo hizo con la expectativa de que se encontraría con una persona más capacitada y menos odiosa. Solo para encontrar...