Capítulo Catorce

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Había fallado.

Tania se regañó.

¿Porque tiró todos sus esfuerzos al caño?

Se apartó de su hermano.

La mano temblorosa de Tania, limpió sus lágrimas, mientras la joven apartaba la mirada. El simple hecho de tener la cara empapada, le producía un retorcijon en el estómago.

Aquel retorcijon que normalmente se le llama: vergüenza.

Intentó recomponerse, pero el temblor de su pecho era evidente.

—No vuelvas a cerrar la puerta con llave.

Dió su instrucción sin mirar a su hermano a la cara.

Le avergonzaba haber llorado frente a él.

Para Tania, llorar era sinónimo de vulnerabilidad, y la vulnerabilidad, una puerta abierta a la debilidad.

No quería ser vista como una carga, alguien a quien proteger. Ella debía ser la roca para Alfredo, no al revés.

No sería una carga. No lo sería.

—Tania...

—¡No cierres la puerta con llave!

Su voz salió con más fuerza de la debida.

La sola idea de perder a su hermano desataba un torbellino de emociones difíciles de controlar, un cóctel de pensamientos confusos y sentimientos contradictorios.

Tanto malos, como buenos.

—Entendido. —Respondió Alfredo, mirándola con extrañeza.

Tania lo entendía.

Había traicionado sus principios, lo cual le hacía sentir fatal.

Una buena hermana, debe ser la roca del hermano más débil.

A Tania no le preocupaba tanto la confusión de su hermano, ya que ella tampoco podía entenderse del todo.

Le preocupaba más haber explotado.

¿Alfredo la odiaría después de esto?, ¿ya no la miraría como generalmente lo hacía?

Sus preguntas parecieron tener respuesta para ella al notar que su hermano la miraba con fijeza.

Le era imposible identificar que sentimiento expresaba.

Si era confusión, ella se sentiría aliviada.

Pero, al no tener respuesta sólo sentía que sus vellos se erizaban.

Aquellas voces...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora