📚Capítulo 37📚

7 2 2
                                    

Desperté sintiendo que mi cabeza era un tambor que resonaba en un compás desquiciado, cada latido enviando un dolor agudo a través de mi cráneo. Parpadeé varias veces, tratando de recordar cómo había llegado a este punto, pero lo único que conseguía era un eco confuso y fragmentado de risas, luces y aplausos. Los recuerdos de la noche anterior se mezclaban como las piezas desordenadas de un rompecabezas al que le faltaban piezas.

Intenté girarme en la cama, buscando una posición más cómoda, pero un sonido inesperado me hizo detenerme en seco. Un ronquido suave, casi imperceptible, vibraba a mi lado, tan cerca que pude sentir el calor de la respiración en mi oído. Me quedé inmóvil, conteniendo el aliento, y giré lentamente la cabeza, esperando encontrar una respuesta a este nuevo misterio.

Ahí estaba Sigma, tendido a mi lado, con el cabello desordenado y la expresión plácida de quien duerme profundamente. El shock recorrió mi cuerpo como una descarga eléctrica. El instinto me hizo dar un pequeño salto, alejándome un poco mientras trataba de comprender cómo había terminado la noche así.

—¿Qué...? —murmuré, más para mí mismo que para otra cosa. La voz me salió ronca y pastosa, como si hubiera estado gritando durante horas.

Miré hacia abajo y noté que yo tampoco llevaba camiseta. La piel desnuda se erizaba al contacto con el aire frío de la habitación. Para colmo de todo, mi cinturón estaba desabrochado, colgando flojo de los trabillas de mis pantalones, como un recuerdo burlón de la locura de la noche anterior. Una oleada de vergüenza y confusión se apoderó de mí mientras pasaba una mano temblorosa por mi rostro, tratando de despejar la bruma que cubría mis pensamientos.

Sigma continuaba roncando, ajeno a mi creciente pánico. Me incliné hacia él, observando los detalles de su cara, el ángulo de su mandíbula, la manera en que una de sus manos descansaba sobre la almohada, relajada. Era raro verlo tan tranquilo. Usualmente, su expresión siempre tenía un rastro de preocupación, como si llevara el peso del mundo en sus hombros. Pero ahora, parecía casi... vulnerable.

Tomé una bocanada de aire profundo y lo solté lentamente, intentando calmar el latido frenético de mi corazón. Me aparté de la cama con cuidado, temiendo despertarlo y tener que enfrentar una conversación para la que claramente no estaba preparado. Necesitaba un momento para reunir mis pensamientos y recuperar un mínimo de dignidad.

Primero, tenía que recomponerme, y eso implicaba, como mínimo, arreglar mi cinturón. Lo ajusté con dedos torpes, evitando hacer ruido, y me froté los ojos, tratando de eliminar la pesadez de la resaca.

Cuando finalmente me sentí lo suficientemente estable, di unos pasos hacia la puerta y eché un último vistazo a Sigma. Seguía dormido, su respiración acompasada era el único sonido en la habitación. Cerré la puerta detrás de mí con cuidado y comencé a bajar las escaleras, apoyándome en la barandilla con una mano mientras la cabeza seguía palpitando con cada paso. 

El aire en la casa era más fresco en la planta baja, y un leve aroma a café recién hecho me llegó, despertando un poco mis sentidos embotados.

Al llegar a la cocina, encontré a Tetchou sentado en la mesa, una taza de café en una mano y una tostada a medio comer en la otra. Sus ojos se alzaron hacia mí, observándome con una mezcla de curiosidad y diversión apenas disimulada.

—Buenos días, héroe de la noche —dijo, levantando la taza en un gesto de saludo. La sonrisa que le acompañaba era ladeada y burlona, y yo no pude evitar fruncir el ceño.

—No empieces, Tetchou —respondí, llevando una mano a mi sien para masajearla. La resaca todavía martilleaba mi cabeza y el eco de la risa de anoche resonaba de forma burlona en mi memoria.

📚Bajo la sombra de la razón📚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora