Tratado ojístico

1 0 0
                                    

Por lo que hoy voy a contar muchos me creerán loco. Es lo corriente para los no viajeros.
No tengo dios que de fe de mis palabras ni colegas para un testimonio. Se sostiene sobre sí mismo.

Hallábame en la navegación virtual, el control no funcionaba, algo intermitente picoteaba la fuente. Allende al borde que fija el límite de lo hecho, reaccionó y pude frenar. El patrón de la señal se contuvo y decidió no continuar.

Las chicharras.

Era el mundo de los reflejos. Todo lo que existía, existía solo cuando yo me reflejaba en un charco o lago. Eso creía, puesto que la coincidencia de mis movimientos con la imagen acuosa es perfecta.

No era el mundo de los reflejos.

Hace ya siglos que nosotros trasladamos el esquema del cuerpo humano hacia una expresión mucho más mínima. Podía ver el reflejo de algo que solo existe en la mente, que ya no es materia física.

¿Cómo podrían saber de mi cuerpo? En la cotidianidad el cuerpo solo es una imagen interna a la que se accede con reconstrucciones de maqueta, pero eso lo hacen los arquitectos; el cuerpo es completamente íntimo.

No es un mundo de los reflejos.

Quedé atónito cuando emergió alguien del agua. Tenía un cuerpo material: las gotas escurrían por su piel sin absorberse, los músculos se coordinaban entre contracciones sumamente perfectas, cada dedo irregular al lateral, un cuello fino que sostenía la cabeza más hermosa que vería alguna vez.

En conjunto: alto, delgado y fino. Se acercaba de una manera extraña, parecía flotar, pero solo estaba caminando. Entre más cerca, más se extendía hacia arriba, parecía que podría cubrirme por completo en un arco rápido.

Me fijé en algo que me descolocó por completo: tenía ojos.
Yo conocía a los ojos por la tradición de las leyendas, pero jamás pensé que alguien actualmente los conservara. Eran raros, incluso en comparación con los de sus hermanos.

Sus ojos eran rostros sin fondo que no acababan nunca de mirarme. Llenaban de oscuridad su cuerpo, eran La noche. Tan profundos como la muerte, provocaban una inquietud inmensa.

Negros como lo que se ve al acampar en terreno baldío, y amargos como la pérdida completa de la imaginación. En ellos pueden existir todas las cosas, son el caldo de cultivo ideal para lo no dicho. Brillaron cuando los vi, pero no tengo claro si es común ese comportamiento.

Al fijarme bien sentí que quizás sí podría ser el mundo de los reflejos: no comunicaban nada.

La nieve que vino y se posó alrededor del iris resaltaba el contraste vívido. Eran como la primera tierra de la que no emergían aún plantas.

Cuando cerraba los párpados, me hacía vacío. No pude volver a existir lejos.

Son los dioses que dan fe de sí mismos.
Su imponencia dibuja el croquis de los que se fijan demasiado.

Es el problema de enamorarse del mito.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Nov 16 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Guadual eucalípticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora