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Ámbar Martínez
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El dojo estaba tranquilo esa tarde. Solo se escuchaba el sonido rítmico de los golpes en los sacos y las instrucciones de Daniel LaRusso. Demetri, siempre más cómodo hablando que entrenando, trataba de no llamar la atención. Pero hoy, no podía evitarlo. Desde que Ámbar Martínez había llegado al dojo, su concentración era prácticamente nula.
Había algo en ella. No solo en cómo se movía, ágil y precisa, sino en su sonrisa segura, como si supiera que tenía todo bajo control. Demetri intentaba convencerse de que no estaba mirando demasiado, pero cada vez que la veía ejecutar un golpe perfecto, sentía un leve nudo en el estómago.
"¡Demetri, tu postura!", exclamó LaRusso, sacándolo de sus pensamientos.
Demetri tropezó consigo mismo mientras intentaba corregirse. Desde el otro lado del tatami, Ámbar sonrió, claramente divertida por su torpeza. Su sonrisa, pensó él, debería ser ilegal por el efecto que causaba. A pesar de su vergüenza, le devolvió una sonrisa forzada que esperaba pareciera casual.
El dojo estaba envuelto en la luz cálida del atardecer, los rayos del sol reflejándose en las superficies pulidas de madera. Demetri pensó que el lugar nunca se había sentido tan vivo como ahora que ella estaba allí.
Al final de la práctica, cuando la mayoría ya se había ido, Demetri se quedó intentando perfeccionar un movimiento básico que simplemente no le salía. Golpe tras golpe, frunció el ceño, frustrado.
"Si sigues así, vas a romperte la muñeca antes de romper el aire," comentó una voz detrás de él.
Demetri se giró rápidamente, encontrándose con Ámbar. Estaba apoyada contra la pared, los brazos cruzados, pero con una sonrisa en los labios que era más amable que burlona.
"¡Oh! Sí, bueno... estaba intentando perfeccionar mi técnica de... fracaso absoluto," bromeó, rascándose la nuca.
Ámbar dejó su bolsa en el suelo y caminó hacia él con confianza. "A ver, ¿puedo ayudarte?"
