Querido Kafka:
En mi caminar cotidiano por el bosque, la primavera comienza a desplegarse. Todo florece de manera lenta y armoniosa, transformando el paisaje y regalándonos una imagen que evoluciona día a día hacia su esplendor. El canto de las aves y los susurros del viento se combinan en una melodía que acompaña mi recorrido.
Una tarde, mientras observaba el sendero, me crucé con un colibrí. Sus aleteos frenéticos lo llevaban de flor en flor, alimentándose con una precisión casi mágica. Apenas unos segundos son suficientes para maravillarse ante esta ave majestuosa, cuya existencia parece ser un constante ir y venir. Me recuerda tanto al ser humano: siempre inmerso en la rutina, atrapado entre horarios, responsabilidades y tareas interminables. Pero, ¿qué ocurre si ese colibrí se detiene? Quizás pierda su vitalidad, como las hojas que caen en otoño. ¿Acaso no sucede lo mismo con el ser humano? Cuando se detiene demasiado tiempo, puede marchitarse emocionalmente, perder su propósito y sentirse inútil en una sociedad que exige productividad constante. Se convierte en una sombra de sí mismo, atrapado en una búsqueda desesperada de significado, mientras quienes le rodean continúan su frenético ritmo de vida, ocupados con el trabajo, la familia o los amigos.
Pienso en Gregorio Samsa, quien al transformarse en un insecto dejó de ser "útil" a los ojos de los demás. Quizás todos llevamos dentro un colibrí, esa pequeña chispa que nos impulsa a buscar sentido, propósito, un motivo para seguir adelante. Como el colibrí encuentra alegría al alimentarse de flor en flor, nosotros también necesitamos nutrirnos de aquello que nos llena y nos da razón de ser. Sin embargo, cuando nos alejamos de ese propósito, nos parecemos más a un insecto perdido, moviéndonos sin rumbo en todas direcciones. La naturaleza, sabia en su creación, nos otorga el potencial de volar como el colibrí, pero depende de nosotros descubrir y sostener nuestra verdadera esencia.
Tal vez nuestra existencia no consista únicamente en el ir y venir, sino en hallar aquello que nos da sentido, incluso en los detalles más simples. Como Gregorio, todos enfrentamos momentos en los que nos sentimos fuera de lugar, pero siempre podemos buscar dentro de nosotros esa chispa que nos conecta con lo esencial.
Con esta reflexión, me despido, esperando que estas palabras resuenen en algún rincón de tus pensamientos. Después de todo, la vida, aunque a veces parezca absurda, siempre tiene algo que ofrecernos si aprendemos a mirar