CAPÍTULO 2

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Aun en estado de shock, Alessandro Bianco caminó a toda prisa por los pasillos de ese hospital privado, que tenía un piso al que solo él, un médico y dos enfermeras que habían firmado un contrato de confidencialidad, podían acceder.

Ese hombre, de cabello oscuro y ojos azules, llevaba entre sus brazos a una joven desmayada y, posiblemente, herida, a la cual había levantado de dónde se suscitó el accidente tras revisar sus huesos, descartando alguna fractura.

Sí, él no era médico, era un abogado, pero su hermano menor había nacido con una condición en que sus huesos se rompían con facilidad, así que, desde muy joven, aprendió a revisar si cualquier movimiento o golpe no había fracturado los huesos de su, ahora, difunto hermano menor.

Ya en la habitación de su amada, la enfermera, que cuidaba a esa joven, corrió hacia él y lo ayudó a colocar a la joven en el sofá más grande de esa habitación privada, mirando contrariada el rostro de la joven y luego mirando a la chica en la cama, a quien también Alessandro veía fijamente.

Era extraña la forma en que se sentía; porque él había estado seguro de que la mujer que amaba, madre de su hija mayor y que estaba embarazada de su segundo hijo, estaba en el hospital, debido a la amenaza de aborto, pero una parte de su cabeza no se dejaba de preguntar si no era Rebecca Morelli a quien él había atropellado.

—Yo —comenzó a hablar el hombre, confundido, pero aliviado de confirmar que eran mujeres diferentes—... Ella salió de la nada, y la golpeé con mi auto. No parece estar fracturada, pero me preocupa un poco que no recupere la conciencia. ¿Podría llamar al médico para que la revise, por favor?

—Claro —dijo la enfermera—. Pero creo que primero deberíamos llevarla a otra habitación. Ella debería estar en una posición más natural, para evitar empeorar lesiones, en caso de que las haya.

Alessandro asintió y, tras respirar profundo, alzó a la joven en brazos, de nuevo, y la llevó a la habitación contigua a la que ocupaba Rebecca, dejándola en la cama que esa misma enfermera preparó con agilidad justo cuando entró antes que ese hombre que llevaba a la nueva paciente del piso, una de la que, seguramente, tampoco podrían hablar.

» ¿Es la gemela de su esposa? —preguntó la enfermera y Alessandro miró a la mujer que, con solo esa fría mirada, sintió que no debería meterse en donde no la estaban llamando—. Yo... iré por el médico.

Alessandro asintió, sintiendo cómo la incomodidad de su estómago no desaparecía, a pesar de que la de su corazón ya no estaba ahí, entonces, tras tomarle una foto a la joven, cambió de habitación.

—¿Estás bien? —preguntó Rebecca, preocupada por la expresión del padre de sus hijos, y también por lo ocurrido, de lo cual necesitaba detalles—. ¿Qué pasó, Alessandro?

—Iba a casa —declaró el hombre, nervioso e intranquilo—, no sé qué hacía ella, pero estoy seguro de que mi semáforo estaba en verde, y aun así ella cruzó la calle. Quise frenar, no, sí frené, pero el auto no se detuvo a tiempo, así que la atropellé.

La expresión de Rebecca era preocupación pura, por eso, Alessandro respiró profundo y tomó la mano de su mujer, para transmitirle un poco de calma, porque ella de verdad que la necesitaba.

» Creo que ella está bien —declaró el hombre, que tal vez lo creía así para convencerse de ello—, pero esto me inquieta.

Al decir "esto", el joven le mostró la fotografía, que acababa de tomar, a la madre de sus hijos, quien la vio con los ojos muy abiertos.

La chica de la foto parecía ser ella; de hecho, Rebecca estaría segura de que era ella si no fuera porque esa sudadera era justo la que le había visto a la joven que su amado llevaba en brazos cuando entró y salió de su habitación momentos atrás.

» La tomé ahorita —explicó Alessandro, como si quisiera convencer a la joven de algo que ni él podía aceptar del todo—. Ella es...

—Igualita a mí —completo Rebecca lo que el otro no se atrevió a decir, y Alessandro asintió.

—¿Acaso tienes alguna hermana gemela perdida? —preguntó el azabache y la mujer de cabello café oscuro, con algunas luces beiges que lo aclaraban considerablemente, se rio de la pregunta y de quien preguntaba.

—No, cómo crees —respondió pronta la joven, pero, al ver de nuevo esa imagen, comenzó a considerar la posibilidad—. Sí somos igualitas.

Y ya no hubo posibilidad de comentar nada más, porque, justo en ese momento, el elevador se escuchó abriéndose en ese piso y el hombre supo que el médico había llegado hasta ellos.

Igual que con la estancia de Rebecca, el personal médico no podría decir absolutamente nada de Roberta Franco, la joven atropellada por Alessandro Bianco y que tenía el mismo rostro que la otra paciente en ese piso.

A la chica se le hicieron diversos estudios, para averiguar su condición, descubriendo que nada parecía ser grave, la inconsciencia debía ser por el shock, así que seguro despertaría tiempo después, o al día siguiente.

Y así lo hizo, Roberta abrió los ojos con la luz del día, sintiendo un terrible dolor de cabeza, y una fuerte punzada en sus piernas, parte de su cuerpo donde el auto de quien sabe quién la había impactado.

Recordar el accidente la hizo suspirar sonoramente, provocando que las personas en esa habitación la supieran despierta; y Alessandro caminó hasta la joven, al otro lado de la cortina que dividía las dos camas en esa habitación.

Rebecca, que estaba curiosa y preocupada por esa joven, había pedido a Alessandro que las pusieran en la misma habitación, y Alessandro, que no podía negarle absolutamente nada a la mujer que amaba, aceptó; por eso ellas dos pasaron la noche juntas, en la misma habitación, solo en diferentes camas.

Roberta miró al guapísimo hombre que salía de detrás de una cortina, y que caminaba hacia ella como si estuviera sorprendido de verla. Y era así, él estaba demasiado sorprendido, porque despiertas se parecían aún más, y eso que dormidas ya eran igualitas.

El hombre se acercó demasiado a la chica en la cama, escaneando el rostro entero de la joven, y no fue hasta que la terrada chica apartó la mano de él, que sostenía su rostro, que él se dio cuenta de que había estado invadiendo su espacio personal, e incomodándola, también.

—Lo lamento —se disculpó Alessandro—, es que esto es increíble de verdad.

—¿Qué es lo increíble? —preguntó la de ojos cafés, confundida y asustada.

—Esto —declaró el hombre, corriendo la cortina y dejándole ver lo que parecía su reflejo; pero no podía ser, porque el cabello de la joven, que estaba en la cama junto a al de ella, era diferente, y la ropa también, pero sus caras eran una copia fiel de la otra. 

LA FALSA SE VOLVIÓ LA VERDADERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora