El velo caído

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—¡Padre, padre, se lo suplico!—

Era Perú, quien se encontraba arrodillado ante los pies de su padre, con lágrimas que rodaban incontrolables por sus mejillas. Sus sollozos llenaban el eco de la gran sala.

—Por Dios, ya no puedo seguir viendo esto...— murmuró Bolivia, apartando la mirada con un gesto de impotencia. Rápidamente se acercó a Argentina, cubriéndolo protectora con su propio cuerpo, mientras este lloraba en silencio, abrazándose a él como un niño perdido.

—¿Pero qué está pasando? ¿Se volvió loco o qué?— gritó Chile, desesperado, incapaz de asimilar lo que sus ojos presenciaban.
En medio de la sala, Perú, de rodillas, lloraba desconsoladamente. Su rostro estaba manchado de lágrimas y su voz quebrada llenaba el lugar con súplicas desgarradoras.

—¡Se lo suplico, mi emperador! ¿Acaso no soy su sangre y parte de su carne? ¡Tenga misericordia de mí! ¡Piedad!—

—Perú, mi niño, mi pequeño príncipe— respondió España con una mezcla de severidad y melancolía en su voz. —No hagas esto más difícil. Te aseguro que es por tu bien, y créeme, serás alguien muy poderoso. Si no fuera seguro para ti, jamás te enviaría a aquel lugar.—

—¡No, padre, por favor! Seré su siervo, su sombra, lo que usted desee... ¡pero no me envíe ahí!—

—Levántate, crío— ordenó, su voz resonando fría en el amplio salón. —Yo jamás desearía ningún mal para mis hijos. Al contrario, estoy asegurando tu futuro. Serás reina de un imperio poderoso. Te casarás con el primogénito de URS... y serás la reina de Rusia.—

El clamor del joven príncipe resonaba con una desesperación desgarradora, pero no pasó mucho tiempo antes de que el sonido de pasos apresurados interrumpiera el momento.

—¿Qué escándalo es este? Todo el palacio lo ha escuchado— declaró México, quien irrumpió en la habitación con una determinación feroz. Detrás de ella, los demás hermanos se aproximaban, sus rostros llenos de confusión.

Tan pronto como México cruzó el umbral, Perú corrió hacia ella como un niño buscando refugio tras la sombra de su hermana mayor.

—¡Hermana! ¡Mi padre!— exclamó Perú con la voz quebrada. —Mi padre planea venderme al Imperio del Norte...

El silencio cayó sobre la sala como un manto de plomo. Las palabras del joven príncipe paralizaron a los presentes. Sin dudarlo, los hermanos formaron un muro protector alrededor de Perú, como si con sus cuerpos pudieran evitar lo inevitable.

—¿Esto es lo que significa ser tu hijo?—

—Usted ha perdido la razón por completo— espetó México, su mirada fija en su padre como si estuviera enfrentando a un enemigo mortal. —¿Cómo puede siquiera considerar entregar a otro de sus hijos a ese cruel imperio?

España levantó la voz, su paciencia al límite:

—¡México! Ten cuidado con las palabras que salgan de tu boca.—

—¡No!— replicó ella con un ardor que hizo temblar la habitación. —¿Cómo se atreve a decir que nos ama para luego vendernos como mercancía a ese imperio despiadado? ¡Como si fuéramos zorras con título!—

El eco de una bofetada silenció la estancia. España había levantado la mano contra México, su hija favorita, la princesa heredera. La habitación quedó en un estado de asombro absoluto.

México no retrocedió ni bajó la mirada. Con una valentía inquebrantable, respondió:

—Puede golpearme cuantas veces desee, pero jamás... ¡jamás! arrancará a mi hermano de mis brazos.—

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⏰ Última actualización: Nov 18 ⏰

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