Rodrigo apareció en mi departamento al día siguiente, pasado la media tarde, como si el portero automático fuese un accesorio decorativo que nunca usaba. Cuando abrí la puerta, ya tenía esa sonrisa suya que siempre traía un poco de calma.
—Hola, Buhajeruk —saludó, apoyándose despreocupado contra el marco de la puerta.
—Hola, bonito —respondí, cruzándome de brazos—. ¿A qué debe esta visita inesperada?
Rodrigo soltó una risa breve antes de alzar una bolsa que traía en la mano.
—Pensé que podríamos merendar juntos. Pero también... quería invitarte a algo.
Entrecerré los ojos, curioso.
—¿Sí?
—Hoy a la noche me junto con un par de amigos —respondió, dejando la bolsa en la mesa y sacando algunos postres—. Es algo tranqui, en casa. Vos sabés... ¿Te pinta venir?
—¿No voy a interrumpir? —pregunté, alzando una ceja.
Rodrigo dejó la comida a un lado y se acercó, colocándome una mano en la cintura.
—Lindo, si pensara eso, no te invitaría, ¿no? Además, quiero que me acompañes.
—Voy a ir. Pero si son tus amigos, te toca bancarte si no sé de qué hablar.
Rodrigo rió y me besó suavemente en la mejilla antes de volver a la mesa.
Cuando llegamos a la casa de Rodrigo, la música ya estaba alta y varias personas estaban riendo y conversando entre sí. Me quedé un poco apartado al principio, observando. La mayoría de los amigos de Rodrigo eran extrovertidos, como él, y no me resultaba fácil integrarme, pero me quedé cerca de él, como si su cercanía fuera un ancla que me evitara naufragar en ese mar de gente.
Rodrigo no tardó en lanzarse a la conversación con un grupo que se formó alrededor del sofá, y ahí fue cuando la incomodidad se transformó en algo más tangible. Uno de sus amigos, un pibe de pelo oscuro que no había visto nunca, se le acercó para abrazarlo. al principio era amistoso, claro, pero también había algo en su actitud que no me terminó de gustar. ¿Por qué se quedaba tan cerca? ¿Por qué lo miraba como si estuviera buscando algo más que una simple charla?
Intenté no mirar demasiado, pero la forma en que el tipo se inclinaba hacia Rodrigo mientras hablaban, y cómo él respondía con una sonrisa relajada, me revolvió el estómago. Rodrigo no parecía notar mi incomodidad, pero yo sí la sentía. Mi pecho se apretó, y cada vez que el tipo reía cerca de él, algo en mi interior se retorcía.
Rodrigo siempre había sido abierto y cálido con todos, así que se podría decir que lo trataba con indiferencia, eso lo sabía. Pero, aún conciente de eso, el malestar en mi pecho seguía presente.
Saqué una bebida de la heladera, buscando algo que me ayudara a calmar la presión en mi cabeza, pero sin alejarme demasiado. Quería estar cerca, pero no podía dejar de sentirme extraño, como si mi propio espacio personal estuviera invadido por ese chico. En ese instante, una amiga de Rodrigo me tocó el hombro, sacándome de mis pensamientos.
—¡Ivo! ¿Todo bien? —me preguntó con una sonrisa.
—Todo bien, todo bien —respondí rápido, tratando de sonreír sin que mi incomodidad se notara.
Pero no pude evitar mirar de reojo cómo el chico seguía cerca de Rodrigo. Y ahí, en ese preciso momento, sentí que algo dentro de mí explotaba. ¿Era celos? No, no podía ser. Pero mi estómago seguía retorciéndose mientras veía esa reacción tan natural, esa conexión que parecía mucho más profunda que una simple amistad.
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Entre escenas y letras
RomanceIván Buhajeruk, un escritor que nunca quiso ser famoso, se ve obligado a fingir una relación con el actor Rodrigo Carrera para mantenerse en el ojo público tras el éxito de su última novela.