ABSTINENCIA

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Los rayos del sol se filtraban suavemente por la ventana, tocando la tersa piel de Hextec, quien, a medio día, comenzaba a recuperar la conciencia. Su cabeza daba vueltas, su boca estaba seca, y la recurrente pregunta—¿Qué sucedió ayer?—danzaba en su mente. Tras sentarse en su cama, el hambre lo llamó, por lo que, apresurado, decidió bajar a desayunar.

A pesar del desorden en su habitación, bajó a la cocina. El delicioso aroma de los panqueques con miel hacía que su estómago rugiera. Al ver que Eegan estaba preparando el desayuno, como era habitual, decidió tomar asiento.

Eegan tomó dos platos de cristal, colocando uno frente a Hextec y otro frente a él. El rubio no tardó en comenzar a devorar la comida. Este gesto provocó que el menor esbozara una pequeña sonrisa, con una expresión de orgullo.

Eegan, con un tenedor en mano, cortó un trozo de panqueque, lo sumergió en miel y lo acercó a sus labios. La imagen evocó una serie de recuerdos en la mente de Hextec, quien quedó paralizado, observando fijamente a la persona frente a él. Su mirada reflejaba shock, y el tenedor se deslizaba de su mano, cayendo sobre la mesa.

—¿Sucede algo? —preguntó Eegan, con tono preocupado, mientras extendía la mano hacia él.

Sin embargo, Hextec apartó su mano bruscamente.

—¿Recordaste lo de ayer?

Esas palabras resonaron con fuerza en la mente del rubio, quien, al mirarlo, confirmó que no había sido un sueño.

—Perdón... —dijo, con la cabeza agachada y una voz casi inaudible.

—¿Cómo? —preguntó Eegan, mientras caminaba hacia él.

—Perdóname, por favor... lo que te hice... mierda... no puedo creer que yo...

La mirada de Hextec reflejaba un profundo arrepentimiento. Sus ojos azules brillaban de una manera quebradiza, como nunca antes. Aunque la escena era dolorosa, para Eegan, resultaba extrañamente reconfortante.

Eegan, con suavidad, levantó la cabeza de Hextec, acariciando su mejilla antes de responder:

—Tú no tienes la culpa de nada. Yo estaba de acuerdo con eso, así que no me pidas perdón.

El comportamiento de Hextec dejaba claro que no recordaba casi nada de la noche anterior, y si lo hiciera, sabría que fue él quien había sido atacado.

Hextec se levantó, sin decir palabra, y salió por la puerta principal. Necesitaba procesar lo sucedido, y sabía que en ese lugar no encontraría claridad. Era mejor salir. Y, al hacerlo, no pudo notar la evidente erección de su inocente amigo.

Una vez fuera, no sabía a dónde dirigirse. Tras caminar un rato, intentando escapar de sus pensamientos, una llamada repentina lo sacó de su ensoñación. Era Ekko, pero, en ese momento, era de las últimas personas que deseaba ver.

Al llegar a la casa de la pareja, fue conducido a la sala. Una tos seca llamó su atención. Provenía de Jinx, quien se veía aún más demacrada de lo habitual, lo que inquietó a Hextec. Sin embargo, al ver que Ekko estaba junto a ella, intentó mantener una actitud despreocupada, como siempre.

—¿Para qué me buscaban? —preguntó, al sentarse en el sillón.

—Perdón por molestarte —comenzó Ekko tras ver la mirada asesina de la peliazul—, Jinx no esta de acuerdo con esto. Quería saber si sabías algo sobre lo que podría estarle sucediendo.

—Ya te dije que no está pasando nada... —respondió Jinx, pero fue interrumpida por otro ataque de tos.

—¡Ni siquiera puedes hablar! —exclamó Ekko, visiblemente molesto—. ¿Sabes si esto podría ser un efecto secundario del... brillo?

Hextec notó la mirada fulminante de Jinx y, por ello, respondió rápidamente:

—La verdad, no sé mucho sobre eso. Yo he pasado por algo similar, una especie de gripe, pero el brillo afecta de manera diferente a cada persona. No es tan grave.

Al decir esto, palmeó la cabeza de Ekko, como si intentara tranquilizarlo.

—¿Tú también consumes brillo?

Hextec notó que se había delatado, por lo que, sin responder a la pregunta, desvió la atención:

—Oh, mira, mis agujetas están desatadas —dijo, con una risa forzada, mientras se inclinaba para atarlas.

Al hacerlo, su camisa blanca de manga larga, llena de detalles, se abrió aún más, dejando al descubierto varias marcas de mordidas y chupetones en su cuello, vestigios de la noche anterior.

Ekko, al ver esto, quedó inmóvil por un segundo. Jinx, rápida mente reaccionó, se levantó y tomando del hombro a Hextec lo guió hacia la puerta.

—Vamos a hablar un poco. Hace tiempo que no lo hacemos, idiota.

Hextec fue arrastrado hacia el portal, y, al teletransportarse a un lugar que ambos conocían bien, finalmente se atrevió a preguntar:

—Jinx, ¿qué hacemos aquí?

Antes de que pudiera recibir respuesta, un ataque de tos hizo que Jinx se desplomara de rodillas, sujetándose la garganta con fuerza. Esto preocupó a Hextec.

—Tú... no has estado consumiendo brillo, ¿verdad?

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Jinx entre risas ahogadas.

—Tus ojos... —respondió Hextec, apartando ligeramente la mirada.

Jinx se acercó a un espejo, y al mirar sus ojos, se dio cuenta de que un tercio de sus pupilas había adquirido un tono azulado. Al apretar los ojos, el color no desapareció.

—Aunque no te guste la idea, deberías consumir al menos una cantidad mínima de brillo. La abstinencia puede matarte.

—Creo que ya he muerto muchas veces... una más no será un problema.

—Para ti tal vez no, pero para Ekko sí.

Las palabras de Hextec hicieron que la sonrisa de Jinx se desvaneciera rápidamente. Era cierto.

¿Acaso debía romper la promesa que le había hecho a Ekko?

Hextec extendió la mano con una pastilla rosa fosforescente y se la ofreció a Jinx. Ella la miró detenidamente antes de tomarla y tragársela de un solo golpe. Inmediatamente, una oleada de energía recorrió su cuerpo. Su corazón comenzó a latir rápidamente y pudo sentir la sangre moverse con fuerza dentro de ella.

—Mierda... me siento mucho mejor.

—Jinx, Jinx, Jinx... ¿qué harías sin mí? —alardeó el rubio.

Jinx, riendo, respondió:

—Solo por esto, dejaré pasar que hayas tocado al mocoso molesto de Ekko.

Eegan frunció el ceño, confundido por las palabras de la psicópata.

—No sé de qué hablas...

Con una mirada desafiante, Jinx lo acercó al cristal que había utilizado antes.

Hextec, al notar lo que pasaba, pasó su mano por su cuello, ajustó su camisa y trató de ocultar las marcas, sin saber que la persona menos indicada ya las había notado.

—Hextec, Hextec, Hextec... ¿qué harías sin mí?

Con el rostro rojo y visiblemente incómodo, Hextec subió a la plataforma para regresar, mientras Jinx se dirigía a su casa. El rubio, por su parte, se encaminó a la suya, perdido en sus pensamientos.

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⏰ Última actualización: 6 days ago ⏰

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