Capítulo 38: LA ELECCIÓN (FINAL)

18 4 0
                                    

KARA 

Una luz brillante me calentó los parpados antes de abrir los ojos. Podía sentir el cuerpo débil, la sensación agotante por todos los músculos, y la garganta seca cómo si hubiese dormido en el desierto. Intenté incorporarme de la cama dónde me encontraba, pero un dolor punzante me atravesó la cabeza.

Me detuve, y me apreté las manos contra la sien. Ladeé la cabeza al contemplar el espacio amplio de la habitación que estaba impregnado de un olor entre cenizas e incienso de canela.

El calor de una chimenea acogía la habitación de piedra. Literalmente de piedra. Parecía como si me encontrara dentro de una caverna. Todo era robusto y antiguo, cómo si el tiempo se hubiera detenido justo en aquel sitio. A mi lado derecha, una ventana circular, perfectamente tallada en la roca, dejaba entrar la luz de afuera.

Entonces un ruido leve rompió el silencio. Provenía de alguien que se hallaba al otro lado de la habitación. Una figura robusta que parecía entretenerse con algo en sus manos. Podía denotar su espalda ancha, cubierta por una firme camisa oscura y delgada.

—¿Dónde estoy...? —pregunté con la voz ronca y rota, apenas un susurro que salía de mi propia garganta.

Se detuvo, y giró levemente sobre su hombro. Solo entonces pude distinguir los detalles: su cabello castaño y los rizos rozándole la frente. Su postura, aquella silueta tan familiar.

Ahí estaba. Tomás.

Mi hermano.

O, mejor dicho. El ladrón de Humo.

—Te he traído a las cuevas más cercanas a la base de la Fuerza. No tenías demasiado tiempo antes de que el humo te nublara el cerebro.

Su voz era tal cual la recordaba, pero un poco más grave, más fría. Había algo que me impedía creer que estuviera aquí delante de mí. Simplemente, no era posible.

Un sabor metálico se apoderó en mi garganta y me encogí al recibir otra punzada de dolor en la cabeza. Sentí una opresión en el pecho al recordar todo lo que había pasado. El cuerpo de Marxel en el suelo, el charco de sangre, el sonido del disparo, la actitud de Dante.

Tragué saliva.

—¿Que ha sucedido con... Dante y James? —pregunté.

Tomás guardó silencio por un instante que pareció eterno. Finalmente, habló con voz grave y cargada de culpa:

—Me temo que no pude rescatarlos a tiempo.

El aire en mis pulmones se tornó demasiado pesado. Intenté contenerlo, pero fue inútil pensar que podría reprimirlo por más tiempo. Una lágrima caliente me recorrió la mejilla al asumir aquellas palabras. Sentí un vacío enorme en el pecho.

—¿Por qué...? —mí voz se rompió al hablar—, ¿Por qué no me miras, Tomás?

Él se tensó al escucharme, y luego cuadró los hombros.

—No te va a agradar lo que vas a ver —murmuró con la voz ronca.

Negué con la cabeza. Había visto las quemaduras en su piel, si eso era lo que él temiera que viera.

—Puedo manejarlo.

Advertí por el contorno de su rostro que una sonrisa débil comenzaba a asomarse en la comisura de sus labios.

—He esperado mucho tiempo para poder volver a verte, hermanita —dijo.

Sus manos temblaron antes de apartar lo que sostenía y comenzó a girarse lentamente. Mis ojos buscaron los suyos, pero él mantuvo la mirada baja.

Ladrón de Humo| 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora