Un Secreto Bajo Mi Piel

58 8 1
                                    

Las semanas después de aquella noche se sentían como un torbellino de emociones y recuerdos. Aunque intentaba seguir con mi vida como si nada hubiera pasado, la realidad era que no podía dejar de pensar en Max. Su sonrisa tranquila, sus ojos azules como el cielo al amanecer, y la intensidad con la que me miró aquella noche en la fiesta se repetían en mi mente como un eco incesante. 

Me encontraba a menudo revisando noticias sobre Fórmula 1, algo que nunca antes había llamado mi atención. Buscaba entrevistas, videos, cualquier cosa donde pudiera verlo. No podía evitarlo. Max Verstappen estaba en todas partes: en mi mente, en las pantallas, y ahora, más que nunca, en mi vida, aunque él no lo supiera. 

Sin embargo, mi creciente fascinación por Max pronto pasó a un segundo plano cuando mi cuerpo empezó a comportarse de formas que no comprendía. 

Todo comenzó con mareos ocasionales. Al principio, pensé que era por el estrés de intentar conseguir una oportunidad como modelo en un mundo tan competitivo. Luego vinieron las náuseas, especialmente en las mañanas. Apenas podía soportar el olor del café o del perfume que solía adorar. La situación empeoró cuando los mareos y las náuseas se convirtieron en algo cotidiano. 

"Esto no puede seguir así," me dije una mañana, mientras me inclinaba sobre el lavabo de mi pequeño departamento. El rostro pálido que me devolvía la mirada en el espejo parecía de otra persona. Algo estaba muy mal. 

Finalmente, decidí ir al doctor. Tenía miedo de lo que pudiera descubrir, pero sabía que no podía ignorar estos síntomas por más tiempo. El médico, un hombre amable de mediana edad, me escuchó atentamente mientras le describía mis síntomas. Tras hacerme varias preguntas y tomar muestras para análisis, me pidió que regresara al día siguiente por los resultados. 

Cuando volví, esperaba cualquier cosa: una infección, anemia, incluso alguna enfermedad más seria. Pero nunca, jamás, imaginé lo que iba a escuchar. 

— Sergio, los resultados muestran algo que creo que deberíamos discutir —dijo el médico, con una seriedad que me hizo estremecer. 

Me senté frente a él, sintiendo que mi corazón latía tan fuerte que podía escuchar su eco en mis oídos. 

— Según los análisis, estás embarazado. 

Las palabras resonaron en mi mente como un trueno. Abrí la boca para responder, pero nada salió. 

— ¿Qué? —susurré finalmente, mi voz temblorosa. 

El doctor asintió, como si estuviera acostumbrado a este tipo de reacciones. 

— Eres un doncel, Sergio. Es raro, pero completamente posible. Los síntomas que describes son típicos del primer trimestre. Calculamos que tienes alrededor de seis semanas de embarazo. 

Seis semanas. Eso encajaba perfectamente con la noche que pasé con Max. Había sido la única vez que estuve con alguien de esa manera. Todo en mi interior se revolvió al recordar esos momentos: su tacto, su calor, la intensidad de su mirada. 

Salí del consultorio en un estado de shock absoluto. Caminé por las calles sin rumbo fijo, sintiendo que el mundo a mi alrededor se había detenido. 

— ¿Qué voy a hacer? —me repetía una y otra vez, como si la respuesta fuera a caer del cielo. 

Max. Solo podía ser él. No había dudas. Pero, ¿cómo iba a decírselo? Apenas estaba iniciando su carrera en la Fórmula 1, y yo... yo no quería ser una carga para él. No quería que sintiera que debía renunciar a sus sueños por algo que ninguno de los dos había planeado. 

Después de días de tormento, tomé una decisión. Tendría al bebé. Pero no le diría nada a Max. Sería lo mejor para los dos... ¿verdad? 

---

Las semanas siguientes fueron un torbellino de emociones encontradas. Aceptar que iba a ser padre fue un proceso lento, lleno de miedo y dudas, pero también de una especie de emoción que no sabía que era posible. Sin embargo, la soledad era abrumadora. No tenía familia cerca a quien recurrir, y no podía compartir mi secreto con nadie más. 

Bueno, casi con nadie. 

George Russell, mi mejor amigo desde la infancia, fue quien finalmente se convirtió en mi roca. George también era modelo, y aunque nuestras agendas a menudo nos mantenían ocupados, siempre encontrábamos tiempo para vernos. 

Cuando finalmente le conté la verdad, fue un alivio tan grande que casi rompí a llorar. 

— ¡Estás embarazado! —exclamó George, sus ojos azules casi tan sorprendidos como los de Max la noche que nos conocimos. 

— Sí, lo estoy —respondí, intentando sonar más tranquilo de lo que realmente estaba. 

George se quedó en silencio por un momento, procesando la información. Luego, se acercó y me envolvió en un abrazo. 

— Está bien, Sergio. Estoy aquí para lo que necesites. No tienes que hacer esto solo. 

Y no lo hice. George estuvo a mi lado durante cada visita al médico, cada noche de insomnio, cada vez que sentía que el peso de mi decisión era demasiado. Su apoyo incondicional fue lo que me ayudó a seguir adelante, incluso cuando las cosas se pusieron más difíciles. 

---

Con cada semana que pasaba, mi cuerpo cambiaba más y más. Mi vientre, aún pequeño, comenzaba a mostrarse, y cada vez era más difícil ocultarlo. Las náuseas matutinas persistían, pero también lo hacía una sensación de esperanza que no podía ignorar. 

A veces, en la soledad de mi departamento, me encontraba pensando en Max. Me preguntaba qué estaría haciendo, si alguna vez pensaba en mí, aunque fuera por un segundo. Me imaginaba su reacción si le contara la verdad, pero siempre terminaba convenciéndome de que no podía hacerlo. 

"Él tiene sus sueños," me repetía. "No puedo ser quien lo desvíe de su camino." 

Pero, incluso cuando intentaba apartarlo de mis pensamientos, su recuerdo seguía siendo una constante. Sus ojos, su sonrisa, su risa... todo seguía tan vívido como aquella noche. 

Y, aunque nunca se lo diría, una parte de mí deseaba que estuviera aquí. Que supiera que dentro de mí había una parte de él. Una parte que ya amaba con todo mi corazón.

Bajo las Luces de la TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora