Caminando Hacia lo Desconocido

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Sergio

Desperté una mañana sintiendo cómo el sol se filtraba a través de las cortinas de mi departamento. Mi mente, aún entre sueños, tardó unos segundos en recordar la nueva realidad que ahora definía mi vida. Una vida creciendo dentro de mí. 

Me incorporé lentamente, poniendo una mano sobre mi vientre aún plano, como si ya pudiera sentir una conexión tangible con el pequeño ser que habitaba en mi interior. El mareo que solía acompañar mis despertares estaba presente, pero había aprendido a manejarlo. La náusea era ahora una compañía habitual, una especie de recordatorio constante de lo que estaba pasando. 

Sin embargo, no estaba completamente solo. George, mi mejor amigo y la única persona que conocía mi secreto, se había convertido en mi mayor apoyo. Desde el momento en que le conté sobre el embarazo, se comprometió a estar a mi lado. Su presencia constante era un alivio que no sabía que necesitaba tanto. 

— ¡Buenos días, dormilón! —George irrumpió en mi departamento sin siquiera tocar la puerta, como siempre hacía. Llevaba una bolsa de papel con el logo de nuestra cafetería favorita. 

— ¿Otra vez entras sin avisar? —le dije, tratando de sonar molesto, aunque no podía ocultar la sonrisa que me provocaba su energía contagiosa. 

— Oh, por favor, como si no me quisieras aquí. Además, te traje croissants, y sí, ya sé que no soportas el olor del café, así que traje té. 

— Sabes cómo ganarte mi perdón —dije mientras aceptaba la bolsa y la ponía sobre la mesa de la cocina. 

George se sentó frente a mí, observándome con atención mientras sacaba el té de la bolsa. Era algo que había notado que hacía mucho últimamente, como si estuviera analizando cada pequeño cambio en mí. 

— ¿Qué? —le pregunté, arqueando una ceja. 

— Nada, es solo que te ves bien hoy. Ya no pareces tan cansado. ¿Cómo te sientes? 

Suspiré, agradeciendo su preocupación pero sin querer que se preocupara demasiado. 

— Mejor. Aunque las náuseas aún están aquí para recordarme lo que está pasando. 

George sonrió, y aunque sabía que intentaba mantenerlo ligero, podía ver el brillo de preocupación en sus ojos. 

— Todo esto va a valer la pena, Sergio. Lo sabes, ¿verdad? 

— Lo sé —respondí, aunque mi voz sonaba más insegura de lo que quería. 

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Las semanas siguientes fueron un proceso de adaptación constante. Cada cambio en mi cuerpo, aunque esperado, se sentía como un recordatorio de lo monumental que era esta experiencia. 

Mi vientre comenzó a mostrarse alrededor del tercer mes. Al principio, era solo una pequeña curva, pero con el tiempo se hizo más pronunciada. No podía dejar de mirarlo cada vez que pasaba frente a un espejo. Era extraño, casi surrealista, pero también hermoso. 

George y yo pasábamos mucho tiempo juntos, ya fuera en mi departamento o explorando tiendas de maternidad en busca de ropa más cómoda. Aunque al principio me sentía avergonzado de mi nueva figura, George siempre encontraba la manera de hacerme sentir mejor. 

— ¿Sabes? Creo que serías el modelo perfecto para una línea de ropa de maternidad —bromeó mientras sostenía una camisa holgada contra mí en una tienda. 

— Claro, porque las agencias de modelos están buscando desesperadamente donceles embarazados —respondí con sarcasmo, aunque no pude evitar reír. 

— Bueno, si no lo intentas, nunca lo sabrás. 

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Las noches eran las más difíciles. A menudo me encontraba despierto, mirando el techo de mi habitación mientras mi mente se llenaba de pensamientos. Pensaba en el bebé, en cómo iba a manejar todo esto solo, y, sobre todo, pensaba en Max. 

Había días en los que deseaba llamarlo, decirle la verdad, pero siempre me detenía. No quería ser la persona que interfiriera en sus sueños. Max estaba construyendo su carrera, persiguiendo algo que claramente amaba. No podía cargarlo con una responsabilidad que nunca pidió. 

Aun así, el peso del secreto era abrumador. Había momentos en los que me preguntaba si estaba haciendo lo correcto al mantenerlo todo para mí. Pero entonces, George siempre estaba allí para recordarme que no tenía que hacerlo todo solo. 

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Un día, mientras estábamos en mi departamento, George me sorprendió con una caja enorme. 

— ¿Qué es eso? —pregunté, mirando la caja con curiosidad. 

— Lo descubriremos juntos. Ábrela. 

Rasgando el papel con cuidado, revelé un pequeño moisés. Era blanco con detalles en gris y parecía salido de un catálogo de lujo. 

— George... esto es demasiado. 

— No digas tonterías. Este bebé va a necesitar un lugar donde dormir, y tú necesitas algo que te recuerde que no estás solo en esto. 

Mis ojos se llenaron de lágrimas. No sabía cómo expresar mi gratitud hacia él. 

— Gracias, George. No sé qué haría sin ti. 

— No tienes que agradecérmelo, Sergio. Somos como hermanos, y los hermanos están ahí el uno para el otro. 

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Los meses pasaron, y aunque los cambios en mi cuerpo se hicieron cada vez más evidentes, también lo hicieron mis emociones. Había días en los que me sentía más seguro de mi decisión, emocionado por conocer al bebé que crecía dentro de mí. Pero también había días oscuros, llenos de dudas y miedo. 

Sin embargo, cada patada, cada movimiento que sentía, me llenaba de esperanza. Era un recordatorio de que, sin importar lo difícil que fuera el camino, esto era algo hermoso. 

George estuvo a mi lado durante cada ultrasonido, cada visita al médico. Incluso comenzó a leer libros sobre cómo ser un buen tío, algo que me hacía reír pero también me conmovía profundamente. 

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Una noche, mientras estábamos en el sofá de mi sala, hablando sobre nombres para el bebé, me encontré diciéndole algo que nunca había admitido en voz alta. 

— A veces, desearía que Max estuviera aquí. 

George, que estaba hojeando un libro sobre nombres, levantó la mirada hacia mí. 

— ¿Por qué no se lo dices? 

— Porque no quiero arruinar su vida —respondí, sintiendo cómo mi voz se quebraba. 

George dejó el libro a un lado y se acercó a mí. 

— Sergio, no tienes que cargar con todo esto solo. Max merece saberlo. 

— ¿Y si me rechaza? ¿Y si me dice que nunca quiso esto? 

— Entonces sabrás que hiciste lo correcto al decírselo. Pero no puedes vivir con ese "¿y si?" toda tu vida. 

Supe que tenía razón, pero eso no hacía que la decisión fuera más fácil. 

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El embarazo siguió avanzando, y cada día me acercaba más al momento en el que conocería a mi bebé. Aunque todavía había una parte de mí que deseaba que Max estuviera aquí, también sabía que no estaba completamente solo. Con George a mi lado, sentía que podía enfrentar lo que viniera, incluso si eso significaba criar a este bebé por mi cuenta. 

El futuro seguía siendo incierto, pero una cosa era segura: haría todo lo posible por darle a mi hijo o hija una vida llena de amor. Incluso si eso significaba guardar este secreto para siempre.

Bajo las Luces de la TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora