Capítulo 10: Reabastecimiento, Parte 2

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Le tiemblan las manos. La sangre cubre casi todo su cuerpo, apenas distinguible de cualquier otro líquido debido a la leve iluminación de la luna. Los grillos y búhos son los únicos que acompañan a la respiración agitada y entrecortada del niño.

Es un joven Grex, de unos cuatro años, el protagonista de la escena. De rodillas en el húmedo césped de fuera de una cabaña, agarra con sus dos pequeñas manos un cuchillo ensangrentado, aún temblando por la adrenalina y el pánico.

—M-Madre... —susurra repetidamente el niño, mirando fijamente al frente y estando absorto en su angustia.

Pasan los segundos, los que siente como horas, hasta que una voz desconocida se une al caos de su cabeza.

—Ey... Es... Bi... —La voz resuena opacada en la cabeza de Grex, haciéndole volver en sí poco a poco.

Su expresión pasa lentamente de una expresión traumatizada y fuera de sí a una más humana y angustiada. Su vista se aclara y las demás voces de su cabeza callan completamente, dejándolo distinguir finalmente al autor de la voz desconocida.

Un joven Tito, arrodillado frente a Grex, baja con cuidado el cuchillo que lo amenaza de frente, aunque este no pierde la calma ni la preocupación.

—Oye, ¿me escuchas? —Tito saca el cuchillo de las manos de Grex y mira detrás de sí—. ¡Papá! ¡Es aquí!

Un hombre robusto, calvo y con perilla sale de entre los árboles que separan el bosque del claro de la cabaña, portando un hacha consigo. Busca con la cabeza y, cuando ubica a los dos críos, se acerca a ellos a paso rápido. Cuando llega, se dirige a su hijo.

—Hijo, vamos a ver, ¿no te he dicho que no te separes de mi lado? —dice el hombre con una voz calmada y compasiva, aunque preocupada, mientras le pone una mano en la cabeza a su hijo.

—Pero papá, lo he encontrado —reprocha orgulloso Tito.

El hombre suspira y niega con la cabeza, aunque por encima de todo está aliviado de ver a su hijo sano y salvo. Rápidamente, centra su atención en la cabaña del claro y frunce el ceño, preocupado.

—Marcos, hijo, sé bueno y quédate aquí. Yo vuelvo enseguida. —Tito asiente y su padre se va camino a la cabaña.

Tito vuelve a prestar su atención a Grex y lo agarra de los hombros mientras le mira a los ojos.

—Todo va a salir bien, no te preocupes, yo estoy aquí contigo...

Grex finalmente reacciona y retuerce su expresión en una de tristeza, comenzando a sollozar mientras mira a Tito a los ojos. Tito se inclina hacia adelante y lo abraza, poniéndole una mano en la parte de atrás a Grex y apretándolo contra sí.

—Ya, ya... No llores, hay que ser fuertes y mirar hacia adelante. ¡Pase lo que pase, no hay que rendirse nunca! —Tito ve a su padre salir de la cabaña y se separa de Grex—. Vamos, ¡arriba! —Tito se levanta, le agarra de la mano a Grex y lo ayuda a levantarse, estirando de él.

Ambos se quedan de pie esperando al padre de Tito, el que se acerca a paso lento y mirando al césped por el que pisa con la cara consternada. El hombre llega a los dos críos, para frente a ellos y se queda mirando a Grex con la misma cara. El niño ya no solloza, pero aún tiene la cara empapada en una mezcla de sangre y lágrimas.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Tito a su padre—. ¿Qué has visto?

De pronto, el hombre mira en dirección al bosque y continúa el paso por el sendero que atraviesa la arboleda.

—Vámonos a casa... —dice él, evitando la pregunta de su hijo—. Se hace muy tarde y hay que prepararle la habitación —finaliza, refiriéndose a Grex.

Attack on Titan - PanaversoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora