RE-cap17

1 0 0
                                    

El aire en la sala de audiencias se volvió espeso, cargado con el peso de la violencia que se desataba en cada rincón. Kuro, envuelto en la furia más absoluta, se lanzó contra los Ultramarines y los soldados imperiales con una rapidez y precisión que los dejó sin aliento. Su kagune quimérico, una mezcla de rinkaku y bicaku, se desplegaba en espirales afiladas de carne y hueso, cortando el aire con una violencia arrolladora. Cada tentáculo era una extensión de su rabia y desesperación, un instrumento de destrucción que desgarraba tanto armaduras de ceramita como carne humana.

Los disparos resonaban en la sala, una lluvia de proyectiles que apenas tocaban su piel, pero Kuro se movía con la agilidad de una sombra, esquivando y contrarrestando con una destreza sobrehumana. Los soldados imperiales, desconcertados y aterrados, disparaban en ráfagas, pero sus esfuerzos eran en vano. Kuro era más rápido, más letal, más imparable. Cada disparo, cada intento de resistencia, se disolvía en la rapidez de su movimiento y la ferocidad de su ataque.

Uno de los tentáculos de su kagune se hundió en el pecho de un Ultramarine con la precisión de una lanza, atravesando su armadura con facilidad. Kuro arrancó el tentáculo de la víctima con un giro brusco, desmembrando el torso del marine con un crujido espantoso. Sin dar tiempo para que su enemigo cayera, Kuro ya estaba en otro objetivo, una danza sangrienta que lo sumía más en la locura que comenzaba a consumirlo por completo.

Con cada enemigo caído, Kuro se veía más desquiciado. Su hambre, más que física, era un vacío profundo que no podía ser satisfecho. Devoraba los cuerpos de los soldados caídos, su boca tragando carne y huesos mientras sus ojos, brillando con una luz salvaje, reflejaban la bestialidad pura. Cada bocado le otorgaba más fuerza, pero a la vez lo deshumanizaba más, sumiéndolo en una espiral de desesperación y destrucción. El sabor de la carne era su única forma de escapar del vacío que sentía por dentro, pero en cada bocado sentía también como su propia humanidad se desvanecía.

A su alrededor, los cuerpos se apilaban, los soldados caían como hojas al viento, sus gritos de terror y agonía fusionándose con el estrépito de las armas y el rugido de Kuro. El sonido de la carne desgarrada, el crujido de los huesos rotos, y el eco de la furia se mezclaban en una sinfonía de horror. Los que intentaron enfrentarse a él se encontraban con una fuerza que no podían comprender, una fuerza más allá de lo humano. Kuro no era solo un enemigo físico; era una manifestación de la violencia misma, una criatura desquiciada cuyo único propósito parecía ser la aniquilación total.

Pero el caos no se limitaba a los cuerpos caídos; se estaba apoderando también de Kuro. A medida que los minutos pasaban, su frenesí no hacía más que crecer, su mentalidad desmoronándose ante la destrucción que él mismo había desatado. La locura se había apoderado de él por completo, y ya no era capaz de discernir entre lo que era enemigo y lo que no lo era. Su rabia lo cegaba, transformándolo en un ser de pura destrucción.

En ese momento, Guilliman, que había permanecido observando la carnicería desde la distancia, decidió que debía intervenir. El Primarca estaba acostumbrado a la guerra y la violencia, pero lo que presenciaba ante él era algo mucho más grande que una simple batalla. Kuro no era un soldado furioso, era una fuerza elemental que estaba destruyendo todo a su alrededor, incluidos aquellos a quienes alguna vez consideró aliados.

Guilliman entendió la magnitud del desastre. No solo era una amenaza física, sino que Kuro estaba en el borde mismo de perder su humanidad, de convertirse en lo que tanto temía: una bestia descontrolada, incapaz de ser detenido. La destrucción no solo era física, sino también mental, y Guilliman sabía que si no ponía fin a esto, Kuro sería consumido por su propio dolor y furia.

Con un gesto decidido, Guilliman alzó su espada y dio la orden. Las fuerzas imperiales que quedaban se reagruparon, y un dispositivo de contención fue activado. Una red de energía rodeó a Kuro, quien, distraído en su frenesí, no se percató del peligro inminente. La energía pulsó con fuerza, generando una oleada de calor intenso que envolvió a Kuro. Las llamas de su magia disforme se apagaron momentáneamente, y los tentáculos de su kagune comenzaron a vacilar y detenerse.

El golpe de energía no fue suficiente para destruirlo, pero sí fue suficiente para detener su avance y romper el ciclo de destrucción en el que se encontraba. El Primarca, con una mirada triste pero decidida, observaba a Kuro, sabiendo que este no era un enemigo a vencer, sino un alma perdida que necesitaba ser contenida, curada.

Kuro cayó al suelo, su cuerpo exhausto, las llamas disformes que una vez danzaban con furia desvaneciéndose por completo. El vacío dentro de él seguía presente, pero en ese momento, se sentía solo, vacío, perdido. Había dado todo por la venganza, por la furia, pero al final, lo único que quedaba era el dolor de la pérdida, el peso de lo irremediable. El sacrificio de Celestine aún lo consumía, y ahora, en su estado de calma forzada, sentía su ausencia más que nunca.

Guilliman se acercó, su rostro lleno de una mezcla de tristeza y pesar. La guerra no era solo cuestión de batallas, y la mente de Kuro necesitaba tiempo, un tiempo que tal vez no tendrían. La situación había escalado hasta puntos insostenibles, y el futuro parecía cada vez más incierto.

Pero una cosa estaba clara: la batalla aún no había terminado. Y Kuro se encontraba en el centro de una tormenta que ni él mismo podía controlar.


Un ghoul en Warhammer 40000Donde viven las historias. Descúbrelo ahora