21. Culpable

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Sergio salió de la oficina de Red Bull con pasos rápidos, como si la fuerza de la gravedad no lo afectara. El aire fresco de Mónaco le acarició el rostro, y por un instante, todo parecía tener sentido, como si las piezas de su vida se hubieran alineado y encajado a la perfección.

Era el beso.

Ese beso no fue como los que recordaba, no como los del pasado, era diferente. Había sido feroz, apasionado, lleno de una intensidad que todavía  le hacía sentía arder la piel. Había algo en la forma en que los labios de Max buscaron los suyos,  que lo hizo olvidarse de todo, absolutamente todo, por unos segundos. 

Caminó hacia el auto, casi tropezando con sus propios pasos, mientras una sonrisa incontrolable se dibujaba en su rostro.

"Esto fue demasiado... Pero lo necesitaba"—pensó, apretando los labios como si intentara contener la emoción que le llenaba el pecho.

Encendió el motor, y la suave vibración del vehículo lo ancló de nuevo al presente. La euforia seguía ahí, latente, pero con cada segundo, poco a poco, aquel sentimiento se iba retorciendo y desfigurando hasta que comenzó a desmoronarse. 

El peso de la realidad cayó sobre él como una piedra al agua, haciendo ondas que se expandían con cada pensamiento.

"¿Qué demonios estás haciendo, Sergio?"

La pregunta resonó en su mente mientras el auto se deslizaba por las calles iluminadas. Las luces reflejadas en el parabrisas le parecían demasiado brillantes, demasiado expuestas, como si de algún modo todos pudieran ver, y saber lo que acababa de hacer con su compañero de equipo. Él se sentía juzgado.

"¿Por qué me siento así por un beso?"

El semáforo en rojo le dio una pausa para analizar su pregunta, pero no la suficiente que necesitaba para hacerlo. Su mente como si de su primer enemigo se tratase, casi que por inercia, comenzó a bombardearlo con imágenes de Carola y su hijo: su pequeño corriendo hacia él en el jardín, Carola sonriendo mientras arreglaba la mesa en su casa en Guadalajara, salidas familiares, y su esposa e hijo abrazándolo después de varias semanas de carrera alejados de ello. Todos aquellos recuerdos, se mezclaron con el eco de una memoria vívida, que era el beso que había compartido con Max, horas atrás.

Entonces, en un arrebato inmediato quizo comenzar a recriminarse internamente, pero el semáforo cambió a verde, y sin pensarlo dos veces, aceleró; intentando escapar de sus pensamientos. 

Un nudo en su pecho apareció y se hizo más grande con cada kilómetro hacia su departamento. Cuando llegó, la euforia había desaparecido por completo, dejando solo un vacío desgarrador.

Al cerrar la puerta de su departamento, el eco del clic resonó con un pesar insoportable. 

Dejó caer las llaves y el abrigo de Red Bull en el suelo, y caminó sin rumbo hacia la sala. Sus movimientos eran mecánicos y casi que se podría decir que lo hizo de memoria, pero en verdad, su mente era lo contrario a sus movimientos, en ese preciso momento, era un caos.

Fue entonces cuando con mucha pesadez se vió a sí mismo: era él en el reflejo del espejo del recibidor. Se acercó, como si estuviera viendo a un extraño. Sus ojos estaban rojos, su cabello despeinado, y sus labios... todavía hinchados, como un recordatorio físico de lo que acababa de hacer.

Se inclinó hacia el espejo, señalando a su reflejo con un dedo tembloroso.

—Soy un maldito desastre —soltó, su voz cargada de desprecio— ¡Un maldito desastre!

Sus palabras rebotaron en el silencio del departamento, pero lamentablemente, no encontró consuelo en ellas.

—¿Qué clase de hombre soy? ¿Qué clase de padre...? Mierda...—continuó, acercándose más al espejo—. Carola confía en mí. Cree en mí ¡Mi hijo me adora! Y yo... yo no puedo... no puedo con todo esto... Es que... dios —dijo bastante contrariado— Simplemente no puedo superar a Max...

El diario del asiento 33B |CHESTAPPEN|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora