Capítulo Dieciocho

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Al entrar a la casa, Tania forzó una sonrisa, aunque la tensión en su rostro era evidente.

—¡Alfredo! —llamó, su voz quebrándose ligeramente.

El eco de sus pasos suaves rompía el silencio opresivo que envolvía la casa. Cada sonido parecía más fuerte de lo normal, como si las paredes quisieran amplificar su nerviosismo.

Su mente regresó, casi sin querer, a lo que había sucedido la vez anterior. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, y el estómago se le revolvió con tal intensidad que tuvo que detenerse unos segundos para recuperar el aliento.

A pesar de todo, continuó caminando.

Cada paso era más lento, más pesado.

A ratos arrastraba los pies, como si eso pudiera retrasar lo inevitable. Sabía que no quería verlo.

Cuando llegó frente a la puerta de su hermano, su mano vaciló en el aire.

¿Debía tocar? ¿De verdad tenía que enfrentarse a él?

Las dudas la inundaron, junto con el recuerdo punzante del evento que trataba de enterrar.

Sacudió la cabeza con decisión, intentando borrar esos pensamientos. Sin darse tiempo a dudar más, golpeó suavemente la madera.

Toc, toc, toc...

—¿Puedo entrar?

Su voz salió baja, casi inaudible. Mientras esperaba la respuesta, comenzó a jugar con las mangas de su camisa, retorciéndolas entre sus dedos en busca de consuelo.

Unos segundos que parecieron eternos transcurrieron antes de que la voz de Alfredo atravesara el silencio:
—Adelante.

Tania cerró los ojos con fuerza, sintiendo que el aire se le atascaba en el pecho. Murmuró una maldición entre dientes antes de empujar la puerta, deseando con todas sus fuerzas no haberlo hecho.

Tomó el pomo y empezó a voltearlo.

Cada movimiento que ejecutaba reflejaba una falta de ánimos imposible de disimular.

Cuando la figura de su hermano se hizo visible, su mano apretó el pomo con más fuerza de la necesaria.

—¿Comiste algo?

Alfredo la miró por un momento que se sintió eterno, antes de desviar la mirada como si no hubiera pasado nada.

¿Se lo había imaginado todo?

—Sí. —Respondió finalmente con voz seca.

Tania asintió en silencio, sintiendo que el vacío de su pecho se empezaba a extender.

Dio media vuelta y abandonó la habitación, dejando solo a su hermano.

Mientras se dirigía a la cocina, una sensación de estómago vacío comenzó a invadirla.

¿Había sido todo obra de su imaginación?, ¿su mente le había jugado una mala pasada?

Deseaba internamente aquello.

Deseaba volverse loca, antes de que algo tan monstruoso pudiera llegar a ser real. Pero, si todo había sido mentira: ¿Porque Alfredo la había mirado con una fijeza opresiva?

Aquellas voces...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora