Capítulo 8

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Un año luego del secuestro

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Un año luego del secuestro

La sala de interrogatorios de la policía de Manhattan era tan fría y desesperanzadora como yo la recordaba. Había llegado hace una hora a la estación. Fui la primera de las cuatro en llegar, mas ahora me encontraba sola, sentada en una incómoda silla, esperando al inspector a cargo del caso.

Estamos a principios de febrero y el frío nos cala en los huesos, nos eriza la piel. Aunque en nuestro caso, no se trata solamente del frío invierno, nuestro estado va de la mano con nuestra situación, donde tenemos todas las de perder.

La puerta metálica se abrió y el ruido que generó me hizo temblar por un momento, recordando exactamente dónde lo había oído antes.

El hombre y yo nos miramos fijamente en silencio. Vestía de traje gris y su cabello cobrizo estaba peinado hacia atrás con gel. Era un hombre blanco, con ojos claros y mirada profunda. Tendría poco más de treinta años y una buena carrera en la policía; este no era un caso que se le da a cualquiera, muy mediático para un novato.

—Buenos días, señorita Hallington. ¿Ya ha tomado el café del día?

Tanto Bea como yo tenemos el hábito de subir todas las mañanas o tardes una foto a historias de Instagram, mostrando el café del día en alguna cafetería linda de la ciudad. Esa pregunta dicha por el detective, si bien podía pasar por una pregunta casual, portaba un segundo significado para mí. Me demostraba lo que ya sospechaba, la policía había estado vigilando nuestras redes sociales desde hace días.

—No realmente. ¿Y usted, inspector...?

—Detective Winter, encargado del homicidio de April Valoor —se presentó—. Tengo unas cuantas preguntas para usted, pero primero... —hizo una pausa dramática, mientras se giraba hacia una pequeña mesada.

El ruido de la cafetera me permitió respirar con un poco de tranquilidad. Un sonido conocido y que siempre mejoraba mi humor, mas ahora de poco funcionaba. Luego, agarró el vaso de plástico blanco y lo dejó frente a mí.

—No es un café de la 5ta Avenida, pero... —bromeó.

Lo miré fijamente, sin que su chiste me causase realmente gracia. Ignorando la mala mirada que le di, se sentó en la silla al otro lado de la mesa. Intenté abarajar hacia dónde iría la conversación, cuáles serían sus preguntas, qué dedo usaría para señalarme acusatoriamente y qué tono emplearía al hacerlo.

—Bien, comencemos —posó sus ojos en mí, intentando intimidarme—. ¿Cómo conocieron a la fallecida?

Le narré los sucesos. Cómo nos despertamos y oímos su grito, cómo la vimos llorar y romperse, cómo temblamos al oír la voz del desconocido por los altavoces por primera vez. Le conté la triste y trágica historia que sus oídos pedían.

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⏰ Última actualización: Nov 26 ⏰

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