El tren hacia lo desconocido

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Capítulo 27

Hanna seguía corriendo, sin detenerse, aunque el cansancio ya estaba empezando a apoderarse de su cuerpo. La oscuridad de la noche la envolvía, y cada crujido de una rama o el viento moviéndose entre los árboles la hacía ponerse tensa, como si alguien estuviera detrás de ella. Pero no miraba atrás. No podía permitirse hacerlo. Había escapado de un campo de concentración, y ahora, lo único que importaba era encontrar una salida, un lugar donde pudiera sentir que la esperanza no se había desvanecido por completo.

El bosque parecía interminable. Había estado corriendo por horas, sin rumbo fijo, hasta que los árboles comenzaron a dispersarse y un claro apareció frente a ella. Al fondo, apenas visible en la penumbra, vio las vías de un tren. El sonido lejano de las ruedas del tren sobre los rieles la hizo acelerar el paso. Un tren podría ser su única oportunidad de escapar aún más lejos, de ponerse a salvo, aunque no tenía idea de a dónde lo llevaría. Pero lo importante era alejarse.

Hanna se acercó a las vías, su respiración agitada, el corazón latiendo con fuerza. En la lejanía, las luces de una estación de tren comenzaron a brillar tenuemente. No podía confiar en nadie, pero el tren ofrecía una vía de escape que no podía dejar pasar. No había tiempo para pensar demasiado, tenía que actuar rápido.

Llegó a la estación y se escondió detrás de unas cajas viejas, observando el tren que estaba a punto de partir. No había muchas personas alrededor, y el ruido de las máquinas cubría el sonido de su respiración acelerada. El tren, aparentemente vacío, parecía ser su única salida. Sin pensarlo, se acercó a la puerta trasera de uno de los vagones de carga. Miró hacia ambos lados, asegurándose de que nadie la estuviera observando, y con un rápido movimiento, saltó al interior.

El vagón estaba oscuro y vacío, con solo algunos bultos y cajas apiladas en el suelo. Hanna se acomodó en un rincón, encogida, abrazando sus rodillas contra su pecho. Podía sentir el traqueteo del tren, y aunque su cuerpo ya no aguantaba más, la adrenalina seguía manteniéndola alerta. El sonido de las ruedas en las vías le daba una sensación extraña: el tren no la estaba llevando a un lugar seguro, pero al menos la alejaba de lo que había dejado atrás.

A medida que el tren avanzaba, la oscuridad se apoderó de todo. No sabía si estaba viajando hacia el norte, el sur, o en qué dirección. Tampoco sabía qué le esperaría cuando llegara a su destino. Lo único que sabía era que había dado un paso más para escapar, para seguir viva, y que la vida, aunque incierta, aún podía ofrecerle una oportunidad.

A través de la rendija de la ventana del vagón, vio cómo las luces de la estación se desvanecían y el paisaje comenzaba a cambiar. Un sentimiento de desorientación la envolvía. No tenía idea de a dónde se dirigía, ni qué haría cuando el tren se detuviera. Pero en ese momento, en esa oscuridad, Hanna sentía algo que hacía mucho que no sentía: libertad.

Su mente, aunque agotada, no dejaba de pensar en todo lo que había perdido, en todo lo que había dejado atrás. El recuerdo de sus padres, la angustia de su familia, todo lo que había sufrido hasta ahora, parecía irse desvaneciendo mientras el tren seguía su rumbo. Pero no podía permitirse pensar en eso. El dolor de su pasado, las heridas que aún no cicatrizaban, tendrían que esperar. Ahora, su único pensamiento era seguir adelante, encontrar una forma de sobrevivir, de mantener viva la esperanza, por pequeña que fuera.

El tren continuó su marcha, y Hanna, abrazada a sí misma, se sumió en un sueño inquieto, el ruido de las vías como la única compañía. Al menos, por un breve momento, ya no estaba atrapada, ya no estaba en el campo de concentración. Estaba en movimiento, avanzando hacia lo desconocido.

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Recuerdos PerdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora