Epílogo.

230 24 53
                                    

                               4 años más tarde

Me miré una última vez al espejo.

Llevaba más de media hora frente a él repasando
que estuviese todo perfecto. Aplané una vez más las
arrugas inexistentes de la falda de mi vestido
blanco. También retoqué por enésima vez los dos
mechones de pelo que colgaban a ambos lados de
mi cara.

Respiré profundamente, estiré otra vez algunas
arrugas que no existían en el vestido y... ahora sí,
podría decirse que ya estaba lista.

Vio apareció en la habitación sin llamar.

–¿Se puede saber cuánto te queda? El novio está a
punto de tener un ataque de... –se interrumpió a sí
misma en cuanto llegó a mi lado. Se cubrió la boca
con una mano y fingió que se limpiaba una lágrima
–. Estás increíble –tomó mi mano para ayudarme
a dar una vuelta sobre mí misma–. Fíjate que estoy
por pedirte que sea yo la que me case contigo.

–Pues pídemelo rápido porque la boda está a
punto de comenzar.

–¡La boda! –pareció acordarse de repente que
había entrado diciéndome que el novio estaba al
borde de tener un ataque de nervios.

Me agarró la mano y comenzó a arrastrarme por
todo el pasillo, incluso bajando las escaleras donde
por poco nos matamos las dos.

Llegamos a la puerta que comunicaba con el jardín,
donde estaba Juanjo, caminando de un lado a otro,
insultando al aire y moviendo exageradamente los
brazos.

–¡¿Se puede saber dónde os habíais metido?! –
chilló en cuanto nos vio.

–Perdón me entretuve un poco –me disculpé.

Me lanzó una mirada que me provocó un
escalofrío.

Me asomé por la puerta hacia el jardín. Estaban
todos los invitados en sus asientos charlando
plácidamente entre ellos, solo faltábamos nosotros
por entrar y comenzar la ceremonia.

Sentí inmediatamente mis nervios aumentando.

Se trataba de una boda pequeña. Era en una casa
algo alejada de la ciudad con un gran jardín para
hacer la celebración y el convite.

–¿Estáis listos? –preguntó Vio en cuanto volví a
cerrar la puerta.

Me miró, a lo que asentí. Acto seguido miramos a
Juanjo, quien no parecía habernos escuchado.
Miraba fijamente la puerta que estábamos a punto
de atravesar con su pecho subiendo y bajando
rápidamente.

No podía culparlo, si yo estuviera a punto de
casarme también estaría histérico.

Estaba claro que Juanjo iba a terminar casándose
con Martin, aunque cuando se prometieron el año
pasado ninguno nos lo podíamos creer. Eso sí, no
os esperéis la típica boda con la que sueña toda
niña porque no había nada más lejos de la realidad.

Juanjo se había empeñado en llevar un precioso
traje negro, variando un poco de los colores que
suele llevar normalmente –nótese la ironía–,
mientras que Vio y yo, sus damas de honor,
llevábamos un vestido blanco contrarrestando con
su traje.

La puerta se abrió, apareciendo la cabeza de Paul.

–¿Os falta mucho? Porque el novio está
empezando a pensar que le han dejado plantado
y se está poniendo más pálido de lo que ya es.

Pude ver a cámara lenta como la cara de Juanjo
se iba enfureciendo con Paul, por lo que me
interpuse entre ellos antes de que decidiera
lanzarle otro zapato. Porque esta mañana ya le
había lanzado uno de sus zapatos.

Inevitable - ruski Donde viven las historias. Descúbrelo ahora