Capítulo 26

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Dorian.
El aire dentro del edificio era denso, cargado con una tensión sofocante. Cada crujido en las paredes, cada eco en los pasillos, parecía amplificado. Habían pasado quince minutos desde que recibí el mensaje: Santini estaba cerca. Posiblemente dentro del perímetro.

Roderick había reforzado la seguridad, pero todos sabíamos la verdad: si Santini quería entrar, lo haría. No era un simple sicario; era un cazador, un maestro del acecho que atacaba con precisión letal.

Caminé hasta el punto de vigilancia, donde Antonio estaba de pie frente a las pantallas. Sus brazos cruzados y su expresión endurecida mostraban una calma calculada, pero el brillo en sus ojos revelaba preocupación.

-Hemos perdido comunicación con dos de los nuestros en la entrada trasera -dijo Antonio, su tono más frío que de costumbre, pero cargado de urgencia.

Respiré hondo, permitiendo que la información se asentara.

-Entonces ya está aquí -respondí, mi voz firme aunque sentía un nudo apretado en el estómago.

Las cámaras mostraban pasillos vacíos, puertas cerradas. Todo parecía en orden, pero la sensación de peligro inminente no desaparecía.

-Santini no hará movimientos innecesarios -murmuré, más para mí que para Antonio. Sabía cómo trabajaba. Él no atacaba por impulso. Cada paso era calculado, y su objetivo esta noche era claro: Athena.

Mi pecho se contrajo al pensar en ella. La había dejado en una habitación segura, protegida por dos de mis hombres. Pero con Santini cerca, ninguna cantidad de seguridad parecía suficiente.

De repente, Roderick señaló una de las pantallas.

-Ahí.

En la cámara del segundo piso, uno de nuestros hombres yacía tendido en el suelo, inmóvil.

-¿Lo ves? -preguntó, su voz tensa.

Asentí, mis ojos fijos en la pantalla.

-Está jugando con nosotros -murmuré, apretando los puños.

Santini se movía con la precisión de un cirujano. Apenas habíamos captado su silueta antes de que desapareciera de nuevo. Desactivaba a mis hombres uno por uno, dejando un rastro de cuerpos inconscientes. Sabía que no se detendría hasta llegar a Athena.

Antonio, Roderick y yo corrimos por los pasillos, subiendo hacia el segundo piso. Cada paso que daba sentía que nos acercaba más a la trampa que Santini había preparado.

-Dorian, ¿estás seguro de esto? -preguntó Antonio mientras girábamos una esquina.

-No tenemos elección -respondí, mis ojos escaneando cada rincón en busca del menor movimiento.

Cuando llegamos al lugar donde uno de nuestros hombres yacía inconsciente, me arrodillé junto a él. No había heridas visibles. Santini había usado una técnica precisa para neutralizarlo sin alertar a nadie.

-Está limpio -dijo Roderick tras revisar el área.

El sonido estático del radio rompió el silencio.

-¡Dorian! -La voz de Iker resonó, cargada de urgencia. -¡Perdimos a otros dos en el tercer piso!

-Mierda -gruñí, apretando el radio.

-Sigan protegiendo a Athena. Vamos para allá -ordené.

Subimos las escaleras a toda prisa. El tercer piso estaba sumido en una quietud antinatural, como si el aire mismo contuviera la amenaza.

Las luces parpadeaban ligeramente, proyectando sombras que se alargaban y encogían con cada paso. Antonio señaló hacia adelante, y los tres avanzamos en formación, cubriéndonos mutuamente. Los cuerpos de dos hombres más estaban tendidos cerca de una de las puertas laterales.

El rubí del Emperador [+18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora