Capítulo 2

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Menorca, España

Abril de 2009

La primera vez que supe que te quería fue el mismo día que se me rompió el corazón por primera vez.

Tenía nueve años. Y gracias a que aún se me caían los dientes, los dejaba debajo de la almohada y pedía ser la mitad de buena que eras tú. Eras mi deseo al Ratoncito Pérez.

Al día siguiente de pedirlo, aparecía un billete y yo me enfadaba, hasta que aparecías tu para ir a visitar a Jasmine y se me pasaba. Eso y que mis padres me atiborraban de chocolate para que no estuviera triste.

La cosa es que a esa edad yo no me daba cuenta, pero las peleas entre mis padres eran cada vez peores y mi hermana no era de las que ayudaban.

Una noche, Jasmine aún no había llegado a casa después de una fiesta. Mis padres daban vueltas en el salón deseando que diera señales de vida. Yo estaba en la parte alta de las escaleras, abrazando mi peluche favorito y deseando que no le hubiera ocurrido nada. A la vez, estaba enfadada con ella por preocupar así a mamá y papá.

Es culpa teva, Emma. — dijo papá muy enfadado, frunciendo el ceño de esa manera que a mi a veces me daba gracia. Esta vez no, esta vez me daba miedo y señalaba a mamá con un dedo. —Ets massa permissiva amb ella.

Mamá abrazaba sus piernas y lloraba de una manera que no lo había escuchado en mi corta vida, como si le estuvieran quitando la mitad de su corazón. Que era exactamente lo que éramos nosotras para ella.

Y el pensar que a alguna de las dos le hubiera pasado algo, le rompía completamente.

Mine? You're the one who's never at home. — escupió mamá con rabia, a la vez que se sonaba los mocos con un pañuelo. — Solo quiero que vuelva.

Sabía que mi padre iba a decir algo más, pero la puerta de la entrada se abrió y apareciste tu con mi hermana medio dormida en tu hombro producto de la borrachera que llevaba encima, cosa que a esa edad no sabía ni lo que era. Tu parecías cansada de llevarla y Jasmine no paraba de  balbucear unas palabras inconexas.

La primera que se acercó a ella fue mamá, llevándola a rastras al baño que había en la planta de abajo. Parecía muy enfadada pero estaba segura que quería que estuviera al cien por cien despierta para poder echarle la bronca. De mientras, tu hablabas con mi padre y, en algún momento de la conversación tú te diste cuenta de que os estaba espiando.

Corrí escaleras arriba para que no me pillasen ya que era muy de madrugada y me metí en la cama, tapándome con las sábanas.

Al día siguiente, la castaña estaba muy castigada, pero tu insististe en verla. Cuando me viste sentada jugando a las damas en la mesa del comedor, yo tenía miedo de que les contaras a mis padres que me habías visto despierta a esa hora de la madrugada. No quería ser un problema más o que volvieran a discutir por mi culpa. Pero, al contrario de lo que pensaba, tu solo pasaste delante mío y me guiñaste un ojo junto a una sonrisa.

Como un secreto entre nosotras.

Te devolví la sonrisa y asentí, guardándolo.





A los dos días, papá y mamá quisieron que fuéramos a la feria mientras ellos hablaban en el salón con un hombre de traje.

Yo no quería ir, no sin ellos. Quería que fuéramos de nuevo una familia pero tú me convenciste de ir diciéndome que había algodón de azúcar y que me ibas a comprar el peluche más grande.

En realidad todo eso me daba igual, a ver, también era un buen incentivo, pero prefería que no te enfadaras conmigo.

Al llegar al recinto ferial, os pusisteis a hablar de cosas aburridas las cuales no quise escuchar, por lo que me puse a observar las flores que había cerca de ahí.

Entre Menorca y NewcastleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora