𝟎𝟗| 𝚂𝚊𝚋𝚘𝚛𝚎𝚜 𝚍𝚎 𝚞𝚗𝚊 𝙰𝚖𝚒𝚜𝚝𝚊𝚍 𝙲𝚘𝚖𝚙𝚕𝚎𝚓𝚊

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Llegó a clase con pasos lentos y pesados, cada uno resonando en su cabeza como un tambor. La resaca la tenía atrapada en una nube de dolor y confusión. Con esfuerzo, se dirigió a los taburetes del fondo, buscando refugio en la última fila, lejos de la mirada inquisitiva del profesor y de sus compañeros.

Se dejó caer en el asiento, sintiendo que el mundo giraba a su alrededor. Apoyó la cabeza en la mesa, esperando que esos cinco minutos de descanso aliviaran el martilleo constante en su cráneo. Pero esos cinco minutos se convirtieron en toda la clase. El murmullo de las voces y el sonido de la tiza en la pizarra se desvanecieron en un eco lejano mientras Sara se sumergía en un sueño profundo y reparador, ajena al mundo que seguía su curso a su alrededor. El aula se desvaneció por completo, el dolor de cabeza se desvaneció lentamente, reemplazado por una sensación de alivio y descanso.

Cuando Sara abrió los ojos, la luz del aula la cegó momentáneamente. Parpadeó varias veces, tratando de enfocar su vista. A su lado, sentado en el taburete contiguo, estaba Rigel, con una sonrisa suave y un café humeante en la mano.

—Buenos días, dormilona —dijo Rigel en tono de broma, extendiéndole el vaso de café—. Pensé que esto te vendría bien.

Sara se incorporó lentamente, sintiendo cómo el aroma del café comenzaba a despejar su mente nublada. Aceptó el vaso con gratitud, sus dedos rozando los de Rigel por un breve instante. El calor del café se extendió por sus manos, brindándole una sensación de confort.

—Gracias, Rigel —murmuró, tomando un sorbo del café. El sabor amargo y reconfortante la ayudó a despejarse un poco más—. No sabes cuánto necesitaba esto.

Rigel la observó con una mezcla de preocupación y diversión.

—Pareces realmente agotada. ¿Muy mal para ser tu primera vez?

Sara asintió, recordando la resaca que la había dejado fuera de combate.

—Sí, algo así. No fue mi mejor idea.

—Ayer tuve que dejar la fiesta porque tú no estabas.

Sara levantó la vista, sorprendida por el comentario, pero no captó del todo la insinuación. Sonrió levemente y respondió de manera casual.

—La verdad es que no me sentía muy bien y decidí irme temprano.

Rigel observó a Sara con atención, notando un pequeño rasguño en su mejilla que no había visto antes. Con delicadeza, levantó la mano y rozó el rasguño con la punta de sus dedos.

—¿Qué te pasó aquí? —preguntó, su voz llena de preocupación y ternura.

Sara se estremeció ligeramente al sentir el contacto suave de Rigel en su piel. Antes de que pudiera responder, la puerta del aula se abrió y Tom entró, su presencia llenando el espacio de inmediato. Sus ojos se encontraron con la escena de Rigel tocando la mejilla de Sara, y por un breve instante, una chispa de algo indescifrable cruzó su mirada. Sin embargo, rápidamente desvió la vista y se dirigió a una mesa unas dos filas delante de ellos, sentándose con una expresión neutral.

Sara y Rigel notaron la llegada de Tom, pero ninguno de los dos dijo nada. El momento se llenó de una tensión sutil, como si el aire mismo hubiera cambiado. Sara apartó la mirada de Tom y se centró en Rigel, tratando de ignorar la sensación de incomodidad que se había instalado en su pecho.

—Oh, esto —dijo finalmente, tocando el rasguño con una sonrisa forzada—. Fue solo un pequeño accidente.

Rigel asintió, aunque su preocupación no desapareció del todo. Bajó la mano, pero su mirada permaneció fija en Sara, como si intentara leer algo más allá de sus palabras.

𝗘𝗱𝗴𝗲 𝗢𝗳 𝗗𝗲𝘀𝗶𝗿𝗲; Tom KaulitzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora