El reloj marcaba las 5:00 de la mañana, y el frío del litoral argentino se hacía sentir con fuerza. En el pequeño rincón cercano al río Uruguay, la humedad calaba los huesos y el termostato apenas alcanzaba los 6 grados. La lluvia, inminente, prometía poner a prueba a todos los pilotos y equipos que esa jornada se enfrentaban en la final del campeonato del TNY.
Cándido Pitrielo, con sus casi 70 años a cuestas, empujó la puerta de su viejo motor home. Una bocanada de aire helado lo golpeó, pero no le importó. Ajustó su gorra "choki", tan gastada y llena de historia como él, y acomodó su bufanda con el gesto experto de quien ya enfrentó miles de mañanas como esa. Su melena canosa, atada en una coleta, asomaba por el hueco de la gorra, mientras su mameluco azul y una campera inflable de los años 80 completaban su inusual pero entrañable uniforme.
Estiró los brazos al cielo, soltando un potente sapucai que resonó en el silencio del amanecer. Ese grito no solo despertó a los vecinos más cercanos; también dejaba en claro que para Cándido ese día no era uno cualquiera. La carrera prometía ser histórica, cabeza a cabeza entre los dos grandes competidores del año. Para él, lo único que faltaba era asegurarse de que el auto de su equipo estuviera perfecto. Como siempre.
Dos gotas de lluvia cayeron sobre su rostro curtido, arrancándole una sonrisa que combinaba cansancio y orgullo. Era su manera de aceptar el desafío del día. Con parsimonia, llenó su pipa con tabaco fresco, pero justo cuando iba a encenderla, una mano ágil se la arrebató.
—¡Tómese un mate primero, abuelo! Ya hablamos que esto —dijo, agitando la pipa— no va hasta que desayune.
Era su nieta Lucía, o como todos la conocían: "Linterna". La joven, de apenas 20 años, tenía una actitud que imponía respeto incluso en un mundo dominado por hombres. Delgada, de cabellos negros recogidos siempre en un rodete bajo su gorra "choki", irradiaba determinación y fuerza. Creció entre motores y tuercas, siendo la fiel aprendiz de su abuelo, quien la consideraba su mano derecha en el taller y en la pista.
Linterna nunca encajó en los estereotipos. Su abuela había intentado enseñarle modales y convertirla en una joven más "femenina". Sin embargo, el único compromiso que Lucía había cumplido era terminar el secundario, y lo hizo únicamente porque se lo prometió a la abuela antes de que esta falleciera. Para ella, la pista y los motores eran su verdadera escuela.
Mientras ambos compartían el mate, el motor del auto rugió en la distancia, y los primeros rayos de luz asomaron tímidamente entre las nubes cargadas de agua. Cándido suspiró y golpeó la mesa.
—Linterna, hoy se hace historia. ¿Estás lista?
—Siempre, abuelo. —respondió ella, sonriendo con complicidad.Ese día no solo se trataba de una carrera. Era el día en que el pasado y el futuro de los Pitrielo se encontrarían sobre el asfalto, dejando una marca imborrable en el campeonato y en sus vidas.
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Acelerando el alma
Любовные романыEn un mundo donde los motores rugen y las emociones están a flor de piel, Acelerando el Alma nos sumerge en la apasionante vida de Lucía, conocida como "Linterna". Con solo 20 años, ha desafiado todos los estereotipos al convertirse en una mecánica...