Desde que tengo memoria, el cielo ha sido mi confidente. Después entendí que había sido Dios, siempre fue Dios..
Hablarle era mi refugio, un lugar donde podía expresar lo que sentía sin temor ser incomprendida. Porque siendo honesta, siempre me sentí desconectada de las personas, no era algo que pudiera explicar entonces, pero había una parte de mí que no encajaba con el mundo que me rodeaba. Me sentía como si estuviera fuera de mí misma, observando desde un rincón lejano.
A esa desconexión se sumaba algo que me hacía aún más distinta: veía cosas que otros no podían ver. Los ojos de mis padres estaban llenos de confusión preocupación cada vez que les hablaba de mis "amigos". Según ellos, yo estaba hablando sola pero para mí no era así. Yo veía a dos figuras que jugaban conmigo, los amigos tan reales como cualquiera. Mis padres no sabían cómo interpretar aquello. No entendían mi diseño, mi don ... o mi carga. Me llevaron al psicólogo más de una vez, buscando respuestas que yo no podía darles, porque, ¿cómo explicar algo que para mí era simplemente natural?.
En mi casa, además de mis hermanos que ya eran adolescentes, yo era la única niña. Y aunque ellos solían jugar conmigo ocasionalmente, mis verdaderos compañeros de juego en aquellos dos amigos invisibles. Recuerdo claramente su presencia, tan vívida que a veces olvidaba que nadie más podría verlos.
Pero no sólo fue en casa donde empezaron a manifestarse cosas extrañas. Mi vida estaba llena de de pequeños eventos inexplicables; como una rutina que me seguía adonde fuera. Uno de los más vívidos tiene que ver con las escaleras de mi antigua escuela. Cada día, al subir el último escalón, mi lonchera caía al suelo. Todos los días, sin falta. Incluso cuando intentaba evitar la escalera y buscar otro camino, alguna forma la lonchera terminaba en el suelo. No sólo lo recuerdo yo, también mis hermanos lo vivieron conmigo, y cada vez que lo contamos parecía tan absurdo que casi da risa!
Pero había algo inquietante en lo recurrente e inevitable de ese momento.
Sin embargo, el evento que marcó mi niñez y que nunca olvidaré ocurrió en el primer año de kínder. Todas las mañanas lloraba desconsoladamente llegar al jardín. No era un llanto común; era un desgarrador intento de escapar de algo que sólo yo podía ver. Mi Maestra, para los demás, era una mujer común y corriente. Pero para mí, su rostro cambiaba. Lo que veía no era humano, su cara se transformaba en algo que no puedo describir sin sentir un escalofrío: un horrendo ser que parecía un animal o un demonio. Mientras ella se movía de un lado a otro, enseñando con amabilidad, yo estaba atrapada en mi propio terror, incapaz de entender por qué nadie más lo veía.
Eran esas cosas las que me hacían sentir fuera de lugar, como si mi realidad estuviera desfasada del resto del mundo. Pero incluso en esos momentos de desconcierto; había una certeza en mí: lo que veía, lo que sentía, era real, aunque nadie más pudiera entenderlo.
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Mi Verdad
SpiritualEn este libro revelador y profundo, la autora Elsa Grant comparte sus vivencias más extraordinarias en el mundo de lo sobrenatural. Desde encuentros con lo divino hasta enfrentamientos con fuerzas del lado oscuro, estas experiencias personales desdi...