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Max

Mi padre volvió a las andadas a la siguiente carrera. No quería separarme de la niña ni de Diana. Y no quería ni imaginar lo que podría pasar cuando las viera. Recé para que no se pusiera como una fiera, y si lo hacía, que las pagara conmigo. A ellas ni tocarlas. Había pasado unos días muy buenas con ellas tras la anterior carrera, no quería que se fastidiara.

–Estás histérico.

–Mi padre aparecerá por aquí este fin de semana y no quiero problemas. Y no quiero que vuelva a hacer de las suyas. Porque te amo.

–No me digas.

–Quiero matarlo. De forma no irónica.

–Lo sé...

Suspiré. Solo quedaba esperar. Él se iba a tragar sus propias palabras cuando viera el ritmo que habían tomado ahora las cosas. Teníamos una familia de la cual él nunca iba a formar parte ni iba a destruir. El fin de semana empezó con un viernes bastante ajetreado de prácticas, iba preguntando cada dos por tres en radio si mi padre estaba por ahí y si Diana y la niña estaban bien. Tenía miedo, mucho miedo. Porque mi padre no le tenía miedo a levantarle la mano a nadie. Era un psicópata.

–Dime que aún no está ahí.

–Creo que... Acaba de llegar.

–... Retirad mi coche.

Diana no volvió a responderme, y tuve miedo. Necesitaba saber cómo estabas así que accedí a otro de los operarios.

–¿Mi padre está ahí? –la ansiedad me apretaba en el pecho como si me hubieran tirado un piano encima.

Nada. Joder. Mierda. Intenté con todas las radios posibles, un poco más y me pongo los cuarenta principales intentando encontrar a alguien que me hablara. A la mierda, llevé el coche a boxes. Bajé del coche con el casco aún puesto y el cable de la radio colgando y fui corriendo al área de gestión. Tenía que ver la situación ya. Si nadie respondía tenía que ser por algo. Me encontré a Diana escondida tras Horner, que bueno, no la tapaba demasiado, y mi padre acababa de entrar.

–Papa.

–Max –sonríe. Qué sonrisa más venenosa y falsa.

–¿Qué haces aquí?

–Llevo viniendo a todas las carreras desde que esa... mujer, desapareció de tu lado. No sé de qué te sorprendes, solo me han dado el alta de la operación.

–Sí, claro.

–Bueno, ¿qué haces aquí? ¿No deberías estar corriendo? –así que, en ese momento, me encargué de romperle los botones al volante. Lo siento, equipo, es necesario.

–No creo que pueda –los botones cayeron al suelo casi en procesión. Levanté el volante para que lo viera.

–Joder. Que mal.

–... Achús.

Mi padre movió la cabeza como un flash. Mierda. Se acercó a Christian y miró por detrás de su hombro, revelandola a ella. Christian se encargó de alejarse junto a ella después de que mi padre la viera. Mierda.

–Así que por eso no cogías las llamadas... –me miró.

–Yo...

–Ven aquí –me empezó a arrastrar del brazo hasta mi cuarto de descanso. Bueno, por lo menos, lo va a pagar conmigo.

–¿Qué?

–¿Qué coño te dije de ella? ¡No la quiero aquí! ¡No necesitas distracciones! ¡Necesitas campeonatos! –me asestó un golpe con el puño en el casco que hizo mi cabeza retumbar.

𝐦𝐚𝐝 𝐦𝐚𝐱: 𝐥𝐨𝐬 𝐠𝐚𝐧𝐚𝐝𝐨𝐫𝐞𝐬 𝐭𝐚𝐦𝐛𝐢𝐞𝐧 𝐬𝐞 𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora