Lo viste a los ojos aquella última vez, y ese gesto fue uno de tus últimos indicadores: vacío. Entre cerraste tus ojos cuando pronunció aquellas palabras, como si estuvieras preguntándole a alguien sobre una mentira, y este te la sostenía como una verdad.
—Dímelo a los ojos.—Y no se lo dijiste porque tú necesitabas saber que te amaba, sino que querías ver si tenía los huevos de darle tan poco significado a esas dos palabras tan cortas.
—Te amo.—Repitió clavando sus ojos en ti una última vez, mientras escuchabas el sonido de su voz. Y es ahí cuando no viste lo que alguna vez te perteneció.
Sentiste cómo te succionó, como un agujero negro que arrastra todo a su alrededor. Aviones de papel que caían al instante, porque no eran de verdad. Como los copos de nieve que caen y se pierden en la inmensa blancura, volviéndose algo sin forma, pertenecientes al suelo donde luego se derretirán.
No recuerdas si le dijiste que lo amabas de vuelta, quizá borraste tus recuerdos Elia, o solo los insignificantes. Lo único que sabías en ese momento, es que aunque él decidiera seguir contigo, estarías sola al lado de un fantasma.
Le deseaste las buenas noches, y no hubo una respuesta. Al día siguiente los buenos días llegaron hasta que tú se los diste, y la conversación no fluía. Estabas en un planeta que no era el tuyo, tratando de pisar fuerte donde solo había fango. En un lugar donde los árboles se secaban y las hojas caían en cámara lenta; donde el sonido del río se apaciguaba porque el agua ya no corría, mientras los pájaros emigraban porque los tiempos ya no eran favorables.
Quisiste pensar que al regar los árboles unos cuantos días, estos volverían a cobrar vida, y las hojas renacerían sobre las ramas firmes, porque ya había agua en el río y el sonido de la corriente atraería a la fauna emigrante.
No obstante, no pasaron más de tres días cuando decidiste escapar de ese planeta. El musgo manchaba tus pies y poco a poco se hundían en la tierra inerte. La desesperación se asomaba en ti , y tú muy bien sabes Elia, que no te lleva a hacer decisiones inteligentes.
No sabías como salir del fango sin hundirte más, sin mancharte ni caer entre más lodo. Y la realidad es que te ibas a seguir hundiendo hasta que encontraras la manera de escapar.
Buscaste entre el lodazal una rama firme que sujetar, y lo único que permanecía fuerte eran tus piernas. Era lo único que podía sacarte de ahí, aunque implicara ensuciarte más de lo que tú querías solo para poder salir ilesa, bueno, si es que se le puede considerar así.
Aquella noche fue la última vez que lo viste, buscando una respuesta en sus ojos negros; descomponiendo cada sílaba de sus palabras para encontrar lo que estaba perdido; hurgando entre sus abrazos y besos por la emoción que a ti te pertenecía, que alguien debe de sentir por ti.
Porque todos merecemos ser dueños de esa electricidad, de la corriente eléctrica provocada en la otra persona; del brillo en su mirada al enfocarte y la suavidad de sus labios al tocar los tuyos. Del hogar que construyen su espalda y pecho, y de la música de sus latidos al sentir tus manos sobre él. Del incendio interior con cada roce y que parece nunca poder extinguirse, y de su alma admirando las estrellas con la tuya, porque el cielo es el infinito de todo. Es su infinito, es su tope y lugar favorito.
Y ese infinito ya había llegado a su fin.
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Todo lo que está mal
RomanceNo te voy a mentir, todo lo que está mal entre tú y él. Todo lo que estuvo mal antes y todo lo que estará mal después. Quizá Elia no lo diga con sus propias palabras, pero aquí está, un ente omnisciente que les dirá todas las verdades de cada uno. ...