La decisión no fue fácil, pero una vez que la tomé, no hubo vuelta atrás.Había pasado días observando los muros del castillo desde mi ventana, estudiando los patrones de los guardias, buscando una oportunidad para salir sin ser vista. No sabía exactamente qué esperaba encontrar ahí fuera, pero algo dentro de mí gritaba que tenía que hacerlo.
Esa noche, me aseguré de que todos estuvieran dormidos. El castillo, tan imponente de día, parecía mucho más silencioso y opresivo bajo la luz de la luna. Con cuidado, me cambié el vestido rojo por uno más simple, de color oscuro, que me permitiera moverme con mayor libertad.
"¿Qué estoy haciendo?" pensé mientras abría una puerta secreta que había descubierto en la biblioteca años atrás. Era un túnel polvoriento que llevaba al otro lado de los muros del castillo. Apenas recordaba haberlo explorado, pero sabía que esa era mi mejor opción para salir sin ser detectada.
El aire nocturno me golpeó con fuerza al salir del túnel. Por un instante, me quedé quieta, con el corazón latiendo tan fuerte que parecía querer escapar de mi pecho. A mi alrededor, todo era extraño y vibrante. Los árboles no eran simplemente árboles; sus ramas se retorcían hacia el cielo como manos alargadas, y sus hojas brillaban con tonos azules y plateados bajo la luz de la luna.
"Estoy fuera", me dije. Había hecho lo impensable: abandonar el castillo sin permiso. Y aunque una parte de mí temía las consecuencias, otra se sentía invencible.
Caminé por un sendero cubierto de flores que murmuraban palabras ininteligibles al rozar mis pies. No sabía exactamente a dónde iba, pero no me importaba. Cada paso me alejaba del castillo, y con ello, de las reglas y expectativas que me habían aprisionado toda mi vida.
El silencio se rompió de repente.
—¿Y tú quién te crees que eres para pisar mi jardín?
La voz ronca me tomó por sorpresa, pero no me detuve. Avancé unos pasos más hasta que lo vi: una oruga azul, reclinada sobre un hongo tan grande como una mesa. Sostenía una pipa larga, de la cual salían anillos de humo que flotaban en el aire antes de desvanecerse.
—¿Y tú quién eres para hacerme esa pregunta? —respondí con firmeza, levantando la barbilla.
La oruga soltó una risa baja, casi burlona.
—Tienes agallas, pequeña reina. No todos responden de esa manera.Me detuve frente al hongo, cruzándome de brazos.
—¿Cómo sabes quién soy?—¿Cómo no saberlo? —respondió, exhalando un anillo de humo que formó mi nombre: Victoria. Sus ojos pequeños y brillantes me examinaron con detenimiento—. La Reina de Corazones fuera de su jaula... Perdón, quise decir castillo.
—No soy reina todavía. —Lo dije sin titubear, aunque las palabras me pesaban.
—Ah, pero actuarás como una —dijo, inclinándose hacia adelante. Su tono cambió, como si me estuviera midiendo—. Ahora dime, ¿por qué estás aquí?
—Eso no te incumbe. —Mis palabras fueron cortantes, pero él solo rió de nuevo, más fuerte esta vez.
—Claro que me incumbe. Todo en el País de las Maravillas te incumbe, pequeña reina. ¿O acaso crees que puedes caminar por este mundo sin moverlo?
Aquella afirmación me incomodó, pero no lo dejé ver.
—No estoy aquí para mover nada. Solo quería salir del castillo.—¿Y qué esperas encontrar afuera? —preguntó, su voz ahora más suave, casi hipnótica—. ¿Libertad? ¿Un propósito? ¿O solo estás huyendo?
Sentí que sus palabras daban en el blanco, pero no iba a admitirlo.
—¿Y si estoy huyendo? ¿Qué importa? —repuse, avanzando un paso más hacia él—. Es mi vida, ¿no?
ESTÁS LEYENDO
La heredera de corazones
FantasyVictoria nunca pidió ser la heredera del País de las Maravillas. Atrapada en un castillo que se siente más como una prisión, vive con el peso de un reino que teme mirarla a los ojos. Su vida está regida por reglas crueles, decisiones que nunca tomó...