Capítulo 4

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El gran salón del castillo estaba resplandeciente esa noche. Las paredes de piedra, adornadas con tapices antiguos, reflejaban la luz dorada de los candelabros, creando una atmósfera solemne, casi mágica. Los nobles, los cortesanos, las damas con vestidos de seda y los caballeros con sus trajes de gala llenaban el espacio, riendo, conversando y posando para los pequeños grupos que se formaban a lo largo de la pista de baile. Cada rincón del castillo parecía estar hecho para impresionar, y esa era la intención: la fiesta era en honor a mi coronación, que tendría lugar en apenas unos días.

La ceremonia estaba por llegar, y con ella, el destino que me había sido impuesto desde que nací. La presión de esa coronación era como un peso sobre mis hombros, pero nadie lo entendía. No me sentía preparada. No me sentía digna de ocupar el trono que mi padre había construido con manos sangrientas, ni de seguir sus pasos. Pero lo haría. Al menos, eso era lo que todos esperaban. Mi madre, con su sonrisa perfecta y su porte elegante, me dirigió hacia el centro de la sala con una mirada aprobatoria. Ella, a diferencia de mí, había nacido para este papel. Yo... simplemente lo aceptaba.

Mis ojos recorrieron la sala una vez más, buscando alguna distracción. Pero la verdad era que nada en este lugar me resultaba familiar. Ni la gente, ni los adornos, ni la música que ahora sonaba en los oídos de todos los presentes. Solo quería desaparecer entre las sombras. Sin embargo, no podía. Todo estaba dispuesto para que me convirtiera en la figura central de la noche.

La música cambió lentamente, el piano comenzó a sonar, con una melodía suave y melancólica que llenó el aire. Los primeros acordes parecían marcar el inicio de una nueva ronda de bailes. El vals comenzó, y las parejas tomaron sus lugares en el centro del salón. Pero mi mente no estaba en el baile, ni en las miradas expectantes del reino. Mi mente estaba en otro lugar, en un rincón más sombrío de la sala, donde aquel chico —el sombrerero loco, como lo había apodado en mi mente— seguía observándome, como si todo lo demás no importara.

La última vez que nuestras miradas se habían cruzado, su presencia me había dejado desconcertada. No era como los demás cortesanos. No se encajaba en este mundo, y, sin embargo, algo en su actitud me atraía y me desconcertaba al mismo tiempo. Su mirada era demasiado fija, demasiado intensa, como si pudiera leer mis pensamientos más profundos. Y aunque lo odiaba por eso, también me sentía irresistiblemente atraída por él.

Mi madre, viéndome distraída, me tomó suavemente del brazo y me guió al centro de la pista. A su lado, mi padre, el rey, observaba con una mirada calculadora y fija, asegurándose de que todo estuviera bajo control. No era un hombre de palabras suaves ni de sonrisas amables. El reino que había construido estaba hecho de miedo, de sangre, y de la constante amenaza de muerte para aquellos que osaran desafiar su autoridad.

De repente, el ambiente en la sala cambió. Un murmullo recorrió el salón, y todos los ojos se volvieron hacia el mismo lugar. Un hombre, visiblemente nervioso, estaba de pie cerca de mi padre, su rostro pálido y sus manos temblorosas. Había algo en sus ojos que delataba su miedo. No pude oír lo que decía, pero el tono de su voz estaba lleno de desesperación.

—¿Qué pasa? —pregunté en voz baja a mi madre, pero ella no me respondió, solo ajustó su postura y miró al rey.

Mi padre no tardó en reaccionar. Su rostro, siempre impasible, se tornó severo. La mirada que lanzó al hombre fue suficiente para que todos los murmullos en la sala cesaran de inmediato.

El hombre, tembloroso, dio un paso atrás, intentando pedir perdón, pero sus palabras eran demasiado bajas para que alguien más las oyera. Entonces, sin previo aviso, el rey levantó la mano. El silencio que se hizo a su alrededor fue absoluto, y el aire parecía volverse más denso.

—Este reino no tolera que nadie cuestione la autoridad, que le corten la cabeza. —La voz de mi padre era un rugido bajo, una amenaza que llenó toda la sala.

La heredera de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora