🔥Capítulo 49🔥

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El grito desgarrador de una alma condenada resonaba por las cavernas del infierno

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El grito desgarrador de una alma condenada resonaba por las cavernas del infierno. Me recosté en mi trono, con las llamas danzando a mi alrededor, observando cómo esa alma, una mujer que había sido especialmente cruel en vida, sufría los tormentos que yo mismo había diseñado para ella.

Se llamaba Claudia. Una mujer cuyo corazón se había marchitado por la codicia y la traición. En vida, había manipulado a todos a su alrededor para su propio beneficio. Se casó con un hombre solo por su fortuna, y cuando él enfermó, no dudó en acelerar su muerte para quedarse con todo. Pero no se detuvo allí. El dinero nunca fue suficiente. Traicionó a socios, amigos, incluso a su propia familia. Y cuando su hermana la confrontó, Claudia la empujó por una escalera, fingiendo que fue un accidente.

El acto final que la condenó al infierno fue incendiar un orfanato para ocultar los documentos de una estafa millonaria. Murieron niños, sus cuidadores, todos atrapados en las llamas de su ambición.

La historia de Claudia era como muchas otras que había escuchado, pero lo que la hacía única era su miedo. A pesar de ser despiadada en vida, había un rincón oscuro en su mente que la aterrorizaba: el fuego y la traición, los mismos elementos que ella utilizó para destruir a otros.

Decidí hacerla revivir su peor miedo una y otra vez, con una pequeña pero crucial diferencia. El infierno tiene sus formas de retorcer la realidad.

Creé un escenario donde Claudia era la que estaba atrapada en el orfanato, rodeada por el fuego que ella misma había provocado. Las llamas rugían a su alrededor mientras intentaba desesperadamente encontrar una salida. Pero esta vez, las puertas estaban cerradas, y las voces de los niños muertos la llamaban, acusándola, rogándole que los salvara.

—¡Por favor! ¡No quería que pasara esto! —gritaba, con lágrimas en los ojos, mientras el fuego se acercaba más y más.

Cada vez que el fuego la alcanzaba, la dejaba en cenizas, solo para que volviera a empezar desde el principio. Revivía la escena una y otra vez, cada iteración más intensa, más real.

Mientras observaba su sufrimiento desde mi trono, un demonio menor apareció de repente. Su figura encorvada y su expresión ansiosa indicaban que traía noticias.

—Majestad, debo informar algo que no puede esperar. —Su voz era rasposa, apenas un susurro.

Lo miré con impaciencia, aunque sus palabras despertaron mi interés.

—Habla. —Ordené, mi tono firme mientras mis ojos seguían fijos en Claudia, que ahora estaba gritando en desesperación, atrapada entre las llamas.

—La humana... Bianca. —El nombre hizo que algo dentro de mí se encendiera al instante, una mezcla de ira y deseo que nunca podía controlar completamente—. Ella fue vista hoy, acompañada por un hombre.

Me levanté lentamente del trono, mi mirada fija en el demonio.

—¿Qué hombre? —pregunté, aunque mi voz no mostró emoción alguna, sabía que el fuego en mi interior ya estaba ardiendo.

—Un humano. Es el mismo hombre que estuvo cerca de ella antes, aquel que evitaste cuando la viste por primera vez.

Mis manos se cerraron en puños, y las llamas a mi alrededor se intensificaron. Recordé al humano, aquel que alguna vez estuvo cerca de Bianca. No era más que una molestia en su momento, algo que aparté de su vida porque me pertenecía. Pero ahora, saber que estaba de vuelta, que había osado acercarse a ella de nuevo, despertó algo más oscuro en mí.

Un gruñido escapó de mis labios mientras me volvía hacia el demonio.

—¿Dónde estaban? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

—En su casa. Hablaban, majestad. Nada más. —El demonio se inclinó más, como si temiera que mis palabras fueran a estallar en su contra.

Cerré los ojos un momento, tratando de contenerme. Podría haber ido allí en ese instante, arrancar al humano de su lado y hacerle pagar por su atrevimiento. Pero eso sería demasiado fácil, y no satisfaría el fuego que ardía en mi interior.

No, esto requería algo más. Algo que asegurara que él no se acercaría a Bianca nunca más.

—Déjalo por ahora. —Dije con un tono que no admitía objeciones. Mis pensamientos ya estaban maquinando un castigo, algo que lo haría arrepentirse de haber cruzado la línea.

El demonio asintió y se retiró rápidamente, dejando que mi mente se sumergiera en mis planes.

Bianca. Mi humana. No sabía aún hasta dónde llegaría para proteger lo que era mío, pero esta noche, se lo recordaría de la mejor manera. Y él aprendería, aunque fuera con sangre, que nadie se acerca a la mujer del diablo sin enfrentarse a las consecuencias.

La mujer del diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora