Habían pasado días desde la última vez que vi a Bianca. Para ella, el tiempo probablemente se sentía eterno, pero en el infierno, el concepto de tiempo era relativo. Lo que aquí eran apenas un par de horas, para ella era un día completo. Sin embargo, eso no hacía que mi ausencia fuera menos intencional.
Sabía que mi comportamiento la última vez había sido una declaración clara. No podía permitirme más errores. Si bien Bianca aún no sabía mi verdadera identidad, estaba seguro de que comenzaba a sospechar. Algo en su mirada, en sus preguntas, en la forma en que me observaba, me hacía pensar que había empezado a comprender que yo no era como los demás.
Me mantuve en el infierno durante esos días, ocupado con los asuntos de mi reino, pero mi mente nunca se alejó de ella. Cada grito, cada lamento de las almas condenadas me recordaba que tenía un propósito mucho más personal esperándome en el mundo mortal.
Cuando finalmente decidí volver, la noche ya había caído en su mundo. Sabía que estaría dormida, y eso me daba la ventaja que necesitaba. Esta vez no planeaba simplemente observarla. Esta vez, iba a entrar en sus sueños, en sus pesadillas, y reclamarla de una forma que solo yo podía hacerlo.
La habitación estaba en penumbra cuando aparecí, mi presencia apenas un susurro en el aire. Bianca estaba dormida, su respiración lenta y constante. Me acerqué a la cama con pasos silenciosos, observándola mientras dormía. Había algo en su rostro, una tranquilidad que no solía mostrar cuando estaba despierta.
Extendí mi mano, dispuesto a entrar en sus sueños. Mis dedos apenas rozaron su frente cuando algo me detuvo. Fue una sensación extraña, un tirón en mi interior que no había experimentado antes. Mi mirada descendió automáticamente hacia su vientre, y entonces lo vi.
Una imagen apareció en mi mente, clara y poderosa, como si alguien me hubiera forzado a verla.
Un hijo.
Mi respiración se detuvo por un instante mientras procesaba lo que estaba viendo. Su vientre aún era plano, pero dentro de ella, una vida comenzaba a formarse.
—Está embarazada. —Susurré, mis palabras apenas un murmullo en la habitación silenciosa.
Mis ojos se fijaron en su rostro, buscando algún signo de que estaba consciente de esto, pero su respiración tranquila me indicó que no sabía nada. Aún no.
El pensamiento me golpeó como un rayo: ese hijo era mío. Una mezcla de lo mortal y lo inmortal, algo que no había sucedido en milenios. La idea de que Bianca llevaba dentro de ella algo que era parte de mí despertó una ola de emociones que no podía identificar del todo.
—Esto cambia todo. —Murmuré para mí mismo, alejándome ligeramente de ella mientras mi mente comenzaba a trabajar.
No podía permitir que nadie lo supiera. Ni siquiera Bianca. No todavía. Esto era algo que debía manejar con cuidado, algo que requería tiempo y estrategia.
Mis ojos volvieron a su rostro, y por un momento, mi furia y mi obsesión se suavizaron. Ella era mía, completamente mía, y ahora, más que nunca, debía protegerla. Pero eso no significaba que no la reclamaría de nuevo.
Sin hacer un ruido, salí de su habitación, dejando que el conocimiento de lo que acababa de descubrir se asentara en mi mente. Había planes que hacer, enemigos que eliminar, y un futuro que proteger. Porque ahora, más que nunca, Bianca era mucho más que una simple humana para mí.
Ella era la madre del heredero del infierno.
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La mujer del diablo
FantasyUn pequeño pueblo donde la fe y la devoción son fundamentales, Bianca es la hija de pastores, marcada por su pureza y dedicación a la iglesia. Sin embargo, su vida da un giro inesperado cuando conoce a Lucas, un misterioso y seductor hombre que en r...