-Capítulo 5- Sombras del otro lado.

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Sumida en la exploración de las escrituras, me topé con algo inesperado:  un encuentro conmigo misma.
Cada página que leía, cada versículo que escudriñaba. Parecía llevarme más cerca de un umbral desconocido. Sin embargo, aunque quería sentir a Dios, lo buscaba de manera errada. Deseaba percibir su presencia, pero indirectamente no lo conocía indirectamente (qué errada estaba en ese momento).. era una distancia que yo misma había puesto, quizás por miedo, quizás por incomprensión y no lo sabía conscientemente.

Aquella tarde, jugando a la escondite con mi hermana, mi mejor amigo y otros niños, no imaginé que cruzaríamos ese umbral. Eran cerca de las seis, tal vez siete de la noche, cuando decidimos jugar una última ronda antes de regresar a casa. Nuestro terreno de juego era familiar, pero teníamos un lugar especial al que llamábamos " el escondite secreto". Se encontraba detrás de la casa de una vecina, rodeado de árboles y paredes que lo hacían aislado del resto del barrio. De día era emocionante, de noche era aterrador.

Recuerdo haber vuelto a casa por un vaso de agua, antes de buscar a los demás. Encontré a todos, menos a mi hermana. Decidimos buscarla cerca del escondite secreto, aunque dudábamos que se hubiera atrevido a ir allí en la oscuridad. Mientras subíamos la calle, las risas nerviosas se convirtieron en un silencio tenso. Gritábamos su nombre, pidiéndole que saliera. Fue entonces cuando lo vimos.

Encima del tejado de la casa del vecino, aquel hombre solitario con sus tanques para banderas, había algo. Al principio pensé, que era una bandera más, ondeando débilmente en la penumbra. Pero no, mi mejor amigo y yo mirábamos fijamente. Era una figura. Una persona. Llevaba un vestido blanco, inmóvil, sentada sobre los tanques. La luz de la calle jugaba con nuestras percepciones, pero a medida que nos acercábamos, no quedaba duda. No era una bandera. Mi hermana apareció entonces de un arbusto cercano, y al mirar hacia donde señalábamos, también la vio. Todos la vimos.

Corrimos como nunca antes, con el miedo de nuestras gargantas. Al llegar a casa, y al contarle a nuestros padres, su incredulidad era predecible. pero aquello no era una invención. No está vez.

Esa noche, como muchas otras, el miedo me acompañó a la cama. Dormíamos en un camarote; yo en la parte de abajo y mi hermana en la parte de arriba. Era una de esas noches en las que la oscuridad parecía devorar todo. Ilumine la pared con el débil brillo de mi viejo Nokia, buscando distraerme. Lo que vi fue aún más aterrador que lo sucedido horas antes: la sombra de un sapo, formándose, transformándose en la figura de una persona. Grité con todas mis fuerzas, y aunque mi hermana mayor intentó consolarme, el temor me mantuvo en vilo durante horas.

No era la primera vez, otras noches cuando dormía en el suelo para contemplar el cielo desde el pasillo escuchaba pasos. De alguien que no estaba allí. A menudo sólo estábamos mi nana Mari, mi hermanita y yo en casa. Y pues a mis hermanos mayores los enviaban a dormir temprano, más a mi hermano mayor como castigo.

Incluso en la escuela parecía que algo me perseguía. aquel "algo", me tumbaba mi lonchera, y en casa continuaba su acoso. Mi nana Mari si me creía, oraba por mí cada vez que lloraba, y en sus oraciones encontraba un consuelo que nadie más podía darme. Fue entonces cuando entendí que no estaba sola, que había una fuerza más grande que aquello que buscaba dañarme. Dios me cuidaba, aunque no lo comprendía plenamente.

Sin embargo, algo en mí siempre había sentido una conexión inexplicable con lo esotérico, era como una sombra generacional, algo heredado de mis antepasados, estuviera presente. ¿ Porque esa conexión hacia lo desconocido? ¿ Por qué ese constante ataque? No tenía respuestas, pero sabía que en el misterio también había propósito.

Mi VerdadWhere stories live. Discover now