El verano siempre nos llevaba hacia el interior del país, refugio de calma y desconexión en la casa de mis abuelos maternos, ubicada en plena serranía. Allí el tiempo parecía detenido, sin electricidad ni agua potable, cada actividad dependía de lo que la naturaleza ofrecía. El agua provenía de un pozo natural, y las noches, iluminadas solo por la luna y las estrellas, tenían un silencio profundo. Interrumpido por el canto de grillos el murmullo del viento entre los árboles.
Mis abuelos, aunque cariñosos, nunca compartían todo lo que sabían. Quizá para protegernos, quizá para no sembrar en nosotros el miedo a regresar. Pero esa costumbre de mantener secretos no siempre era suficiente para callar las historias que envolvían aquel lugar.
Una de esas noches, mientras dormíamos en la casa de una tía cercana, se nos ocurrió quedarnos despiertos más de lo debido. Entre risas y juegos, mi Tía nos reprendió desde el otro cuarto:
_¡Duerman Ya! Que no quiero que los asuste la bruja.
El pánico silenció nuestras risas, y pronto todos estábamos inmóviles en nuestras camas. A la mañana siguiente, entre el desayuno y la rutina, mi tía nos reveló que la noche anterior algo_o alguien_ había estado detrás de la casa. Nos dijo que escuchó el característico silbido de lo que en el pueblo llamaban la "Tulivieja", una figura mítica que observaba desde los resquicios de las paredes de madera. Por suerte, ninguno de nosotros notó su presencia en el momento, pero sus palabras nos dejaron una inquietud que nos acompañaría el resto del verano.Día después, mi abuela pidió que fuera la tienda del pueblo por unas cosas. Era una caminata larga, cruzando colinas, potreros y Maizales. Decidí tomar el camino corto para evitar regresar de noche, aunque implicaba pasar por el oscuro y alto maizal que siempre me daba escalofríos. El interior de esos campos parecía tener su propio ecosistema: la luz apenas penetraba dentro de él y el aire sentía pesado ahí.
Al regreso me entretuve en un riachuelo, olvidando el tiempo. Cuando me di de cuenta, el sol ya se había ocultado. No llevaba linterna y al llegar al maizal, la penumbra era total. Sentía que algo me seguía. Cerré los ojos y corrí con todas mis fuerzas, tratando de no mirar atrás. Lo que debía tomarme cinco minutos en cruzar, esta noche me tomó veinte eternos minutos.La casa de mis abuelos estaba iluminada con velas, y aunque intenté disimular mi agitación, el miedo seguía latente. Esa misma noche, decidimos bajar con mi otra tía a su casa, buscando la comodidad de la luz eléctrica. Pero al volver más tarde, ya con linternas y bajó la clara luz de la luna, mi hermana menor y yo discutimos en medio del camino. La pelea nos distrajo tanto que no notamos lo que normalmente nos tomaba diez minutos parecía un recorrido interminable.
Días después, mi hermano mayor, envalentonado un poco de alcohol, como el mismo camino a casa de mi abuela, sin linterna y confiando en su saloma para hacerse notar. Al cruzar el maizal, se encontró con un perro blanco, de ojos completamente blancos. El animal lo observaba fijamente, inmóvil. Mi hermano intentó ahuyentarlo con gritos y piedras, pero el perro no se movía, y con cada paso que daba, decía crecer más y más. Aterrorizado, decidió no mirar atrás hasta llegar a casa, donde mi abuelo Abuelo al escucharlo, le dijo que no debía volver a andar solo por esos caminos.
La intriga creció cuando mi hermano preguntó si alguien de la familia tenía un perro blanco. Mi Abuela, seria, negó con la cabeza:
_Ese no era un perro..
Las experiencias se acumulaban. Otra vez mientras descansábamos, en la choza de delante de la casa de mis abuelos; algo cayó sobre el tejado. Mi Abuelo, con una calma inquietante, salió a enfrentarlo junto a uno de mis Tíos (su hijo). Al día siguiente sin darnos muchos detalles, nos dijeron que habían atrapado una bruja.Aquellas vacaciones en casa de mis abuelos, estaban cargadas de recuerdos y momentos que, aunque parecían normales para un verano en el campo, escondían un aire de misterio que nunca podíamos ignorar.
Una mañana mientras el sol estaba en su cúspide, y los árboles nos daban una sombra abrasadora, decidimos visitar la casa de mi tío. Él había sido quien ayudó a mi abuelo aquella noche en la que lograron capturar a la bruja, un relato que con los años compro un peso diferente para mí.
El camino hacia su casa era tranquilo, bordeado de árboles altos que parecían murmurar con el viento. Pero cuando nos acercábamos a la entrada, algo extraño comenzó a ocurrir. Desde lejos, se escuchaban, risas de niños, como si un grupo estuviera jugando saltando en el interior. Nos miramos entre nosotros, pensando que quizás algunos primos o algunos amigos de mi Tio habían llegado antes. Las risas y el sonido de los pasos corriendo se volvían más intensos a medida que nos aproximábamos, llenando el aire una extraña energía que nos aceleraba el corazón.
Finalmente llegamos al umbral de la casa, pero al abrir la puerta, lo que nos encontramos nos dejó inmóviles: la casa estaba completamente vacía. No había rastro de nadie. Ni niños, ni primos, ni un solo indicio de qué alguien hubiera estado allí momentos antes. El silencio era abrumador, interrumpido únicamente por el crujido de las tablas de madera, que estaban a un costado para leña. Nadie se atrevió a mencionar lo que habíamos escuchado, pero al cruzar nuestras miradas, sabíamos que todos habíamos percibido lo mismo.Ese día tanto como en la noche, esta vivencia quedó suspendida en nuestras mentes, una pieza más del rompecabezas que eran aquellas tierras, sin embargo ese no era la última experiencia desconcertante de nuestras vacaciones.
La historia que más me marcó no fue una mía. Mi hermana mayor, en otro verano, caminaba de regreso de la iglesia con mi abuela. Ya era noche cerrada, mi abuela le dijo con firmeza:
_Camina adelante y no mires atrás pase lo que pase.
Mi hermana, obediente, avanzó guiada por la luz de la linterna mi abuela llevaba detrás de ella. En el trayecto, escuchó gritos, golpes y un sonido de una pelea feroz. Quería voltear, pero el tono autoritario de mi Abuela la detuvo.Al llegar a casa, mi abuela oró largamente. Sólo, al despedirlos días después, cuando volvieron a la ciudad ella (mi hermana) y mi hermano, le confesó que aquella noche había enfrentado al "chivato". Se lo describió como una criatura, mitad gato, mitad bestia, con patas de caballo y gallina, y grandes cuernos.
_No quería que miraras porque no estabas lista para entender lo que era.
_Le dijo a mi hermana.
Las historias de ese verano y de los siguientes no sólo moldearon nuestra percepción del mundo, sino que nos recordaron que el interior, con su belleza y misterio, albergaba secretos que ni siquiera los sabios osaban contar completamente.
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Mi Verdad
SpiritualEn este libro revelador y profundo, la autora Elsa Grant comparte sus vivencias más extraordinarias en el mundo de lo sobrenatural. Desde encuentros con lo divino hasta enfrentamientos con fuerzas del lado oscuro, estas experiencias personales desdi...