Menorca, España.No volví a tener contacto con Índigo desde febrero, y a los diecinueve años, finalmente me mudé a Menorca. Mi hogar. Un lugar al que, a veces, pensaba que nunca debería haberme ido.
Ya ves cómo la vida da vueltas. Supongo que es cierto lo que dicen: "uno siempre vuelve donde fue feliz."
De vuelta en la isla, el primero en recibirme fue Joey. Con cinco años, era un torbellino de energía adorable. Apenas me vio, corrió hacia mí y, en un abrir y cerrar de ojos, se colgó de mi cuello. Me reí en su oído mientras lo abrazaba, sintiendo su pequeño cuerpo pegado al mío. Detrás de él, estaban Jasmine, Martin, Rus, y, claro, mi padre con Amanda. Nos esperaban con sonrisas abiertas y esa sensación cálida de familia que siempre había estado presente, aunque a veces se me olvidaba.
Me mudé a la casa donde vivía mi hermana, aunque pasábamos más tiempo con Joey en la casa de papá. Poco después, conseguí trabajo después de hacer un curso de surf con Ruslana. Y, a mis veinte años, cuando finalmente sentía que había encontrado mi lugar, ese lugar en el que podía ser yo misma, volviste.
Era un día cualquiera de trabajo, un viernes de agosto. Estábamos en el vestuario después de un día lleno de adrenalina, surfeando entre olas y bajo el sol abrasador. Aunque nunca me gustaba ducharme allí, no me sentía cómoda desnudándome frente a otras personas, esa vez fue diferente. Quizás era la sensación de que, al fin, las piezas de mi vida empezaban a encajar.
— Entonces, ¿vas a venir o qué? — preguntó Ruslana desde la otra ducha, su voz resonando en el espacio.
Suspiré, dejando que el agua fría me empapara mientras retiraba el pelo hacia atrás con las manos.
Era viernes, y Ruslana estaba completamente obsesionada con la camarera de un bar nuevo que acababan de abrir cerca de la plaza central. El bar solo abría los fines de semana, así que viernes y sábado eran sus únicas oportunidades para intentar conquistarla. Los lunes trabajábamos, y por mucho que Ruslana quisiera salir, sabía que subirse a una tabla con resaca era lo peor del mundo.
Y, la verdad, no me entusiasmaba mucho la idea de pasar la noche observando cómo Ruslana intentaba hablar con ella sin llegar a nada. Sabía cómo terminaría todo: llorando mientras comía helado y se quejaba de la película Perdona si te llamo amor.
— Es que es muy bonita — me dijo una vez, con los ojos rojos de tanto llorar, mientras se rodeaba de pañuelos de papel. Yo no podía hacer nada más que rodearla con un brazo y decirle, una vez más, que sí, que lo era.
No me gustaba verla así. Ruslana casi nunca lloraba, salvo cuando se pasaba un poco de copas o cuando se convencía de que nunca encontraría al amor de su vida. Pero cuando esas dos cosas se mezclaban, la escena era aún más dolorosa.
Estaba a punto de responderle algo, cuando la cabeza de Rus se coló entre la cortina de la ducha y la pared.
— Kiki, ¿sí o no?
El susto me hizo soltar un grito, y por pura reacción le tiré lo primero que tenía a mano: una esponja.
— ¡Tía, qué asco! ¡Lleva jabón! Me has pillado con la boca abierta — se quejaba desde el otro lado de la cortina, y me la imaginé limpiándose la lengua con el brazo, mientras intentaba librarse del mal rato. Me reí, apagando el agua y recogiendo la esponja del suelo.
— No vuelvas a asustarme así — le grité entre risas, guardando la esponja con horror. Ni loca la iba a usar después de que tocara el suelo. Me eché el jabón en la mano para sustituirla y lo esparcí por mi cuerpo. — Y no lo sé, Rus. Tengo cena con mi familia y estoy reventada por el trabajo.
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Entre Menorca y Newcastle
FanfictionDonde Chiara, después del divorcio de sus padres tiene que irse con su madre a Newcastle separándose de sus mejores amigas y de la mejor amiga de su hermana y su crush de la infancia, Violeta. Ese cambio de vida le dará una nueva visión de ella mism...