Prólogo- Año 1837

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Hace muchos años, el mundo era un lugar unido. Valtheria, reino de los humanos, y Eryndor, reino de los mutantes, convivían en paz. Aunque en el pasado había habido guerras entre ambas naciones, el rey Drakov logró establecer una tregua duradera, construyendo un reino próspero donde ambos pueblos colaboraban y prosperaban juntos.

El sol ascendía con majestuosidad sobre el valle, bañando de oro los campos y ríos que conectaban las aldeas humanas con los asentamientos mutantes. En este mundo sin fronteras, las diferencias entre las dos especies eran vistas como una fortaleza. Mutantes de formas asombrosas trabajaban hombro a hombro con los humanos, compartiendo sus habilidades únicas para construir una civilización llena de esperanza.

En el corazón del reino se alzaba un majestuoso castillo de piedra blanca, símbolo de unión entre Valtheria y Eryndor. Sus estandartes dorados ondeaban al viento, reflejando la armonía que el rey Drakov y la reina Lysara habían logrado forjar.

Drakov, un mutante con sangre de dragón, gobernaba con sabiduría y justicia. Sus ojos brillaban como brasas encendidas, y sus brazos estaban cubiertos por escamas doradas que reflejaban su herencia poderosa. Sin embargo, su verdadero poder residía en su liderazgo, en su capacidad para unir dos mundos que alguna vez estuvieron en constante conflicto. A su lado, la reina Lysara, una humana de belleza serena y espíritu generoso, era amada por igual tanto por humanos como por mutantes.

En un día cualquiera, los reyes paseaban juntos por la plaza del mercado, saludando a los ciudadanos que los observaban con respeto y cariño. Los niños corrían hacia Drakov, quien los alzaba con facilidad, jugando con ellos mientras soltaba ligeros alientos cálidos que provocaban risas y asombro. Mientras tanto, Lysara repartía flores entre los comerciantes y las madres que acunaban a sus bebés, ofreciendo palabras amables y consuelo a quienes lo necesitaban.

—¡El rey y la reina son nuestro orgullo! —gritó un anciano, observando la escena con una sonrisa.

Pero en lo profundo de las sombras, no todos compartían esa alegría. En un rincón lejano del mundo, entre bosques oscuros y tierras desoladas, una figura emergía con odio en sus ojos. Era una mutante, mitad serpiente y mitad humana, cuyo corazón solo albergaba rencor.

Tiempo después, la amada reina quedó embarazada, y nueve meses más tarde, el castillo se llenó de una inquietante expectación.

Aquella noche, el aire en el castillo estaba impregnado de tensión. La reina Lysara había entrado en trabajo de parto, y sus desgarradores gritos resonaban por los pasillos, mezclándose con el eco apresurado de los pasos de las sirvientas que iban y venían a su alrededor. Frente a la puerta de la habitación, el rey Drakov caminaba de un lado a otro, incapaz de ocultar la angustia que marcaba cada uno de sus movimientos, mientras su corazón latía con una fuerza casi dolorosa.

—Todo estará bien... —murmuró para sí mismo, aunque su mirada traicionaba su nerviosismo.

En ese momento, un ruido estremecedor se escuchó en el exterior del castillo. Como un trueno, un grito reptante resonó entre las murallas. Drakov se detuvo en seco, sus instintos alertándose. Corrió hacia el balcón y allí la vio: la mutante serpiente. Su torso humano estaba cubierto de escamas oscuras, y su cola sinuosa se enrollaba alrededor de las piedras del castillo. Sus ojos amarillos brillaban con malicia.

—¡Drakov! —gritó la criatura, su voz un siseo que llenaba el aire—. ¡Tu reinado de paz termina aquí!

Drakov no dudó. Extendió una mano, y una espada decorada con grabados de dragones apareció en ella con un destello.

—¡No permitiré que destruyas todo lo que hemos construido!

La mutante se lanzó hacia él con una velocidad increíble. Sus movimientos eran serpenteantes, y sus ataques eran precisos y letales. Drakov luchaba con todo su poder, lanzando llamaradas de fuego que iluminaban el cielo nocturno.

EL DRAGÓN DE FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora