Diez años habían pasado desde que Kevin fue dejado en el orfanato, donde creció como un niño solitario, marcado por las cicatrices de su linaje oculto. Los niños lo miraban con desdén, burlándose de su apariencia y sus extraños ojos. Aunque siempre había intentado ignorarlos, no podía evitar el deseo de defenderse. Sus peleas eran frecuentes, y sus manos, más fuertes de lo que él mismo comprendía, siempre terminaban llevando la peor parte de sus enemigos a aquellos que se atrevían a acosarlo.
Kevin, con su cabello anaranjado brillante y sus ojos de un profundo color miel, siempre había sido diferente. Su mirada, en ocasiones, brillaba con una intensidad sobrenatural, como si algo dentro de él estuviera despertando. Las pecas que salpicaban su rostro y su nariz, aunque comunes en algunos, le daban un aire de vulnerabilidad que ocultaba la feroz determinación que ardía en su interior. Su cuerpo, aunque todavía el de un niño, ya mostraba trazos de la fuerza que no comprendía. Su piel, de tono pálido, reflejaba la luz de la luna cuando la noche lo rodeaba, algo que solo incrementaba la sensación de que Kevin pertenecía a un mundo fuera de lugar, marcado por la oscuridad y el destino.
Una tarde fría y nevosa, cuando el invierno cubría la ciudad de blanco, Kevin decidió escapar. No podía soportarlo más. Abandonó las oscuras paredes del orfanato y vagó por las calles desiertas, sus pasos resonando sobre la nieve, como si su alma buscara una respuesta en el vacío.
Fue entonces cuando la encontró.
Una niña de cabello negro como la noche y ojos color verde, que brillaban con una suavidad y sabiduría inusuales para alguien tan joven, lo observaba con curiosidad desde la esquina de la calle. Su rostro era sereno, casi etéreo, como si viniera de otro mundo. Su figura delicada, vestida con una capa de fina tela, parecía desafiar la fría realidad que los rodeaba. Sin una palabra, ella se acercó a él, ofreciendo su mano con una expresión tranquila pero decidida.
—¿Estás perdido? —preguntó con una voz suave, llena de compasión.
Kevin, confundido por su gentileza, asintió, incapaz de rechazar la amabilidad de la niña. Sin decir más, ella lo condujo a través de las empapadas calles nevadas hasta un lugar imponente: un castillo majestuoso que se alzaba en lo alto de una colina.
Alina era una figura que parecía salir de un cuento de hadas. Su piel, de tono marfil, resplandecía con la luminosidad de la nobleza y su presencia parecía arrastrar consigo la quietud de la realeza. A sus ojos verdes como ámbar, siempre llenos de dulzura y tristeza, se les sumaba una calma que había sido forjada en los castillos y palacios de su linaje real. Su cabello negro como la obsidiana caía en ondas hasta su espalda, como un manto protector. Ella era la hija de la reina, un alma noble que había sido criada para llevar el peso de su estatus y el misterio que envolvía a su familia. Alina había crecido sin saber realmente quién era, su vida siempre marcada por la ausencia de su padre y la sombra constante de la presencia distante de su madre, la reina.
Kevin, confundido por su gentileza, asintió, incapaz de rechazar la amabilidad de la niña. Sin decir más, ella lo condujo a través de las empapadas calles nevadas hasta un lugar imponente: un castillo majestuoso que se alzaba en lo alto de una colina.
Alina, lo llevó a su habitación. La calidez del lugar era un contraste profundo con el frío que Kevin había dejado atrás. Pero lo que más lo sorprendió fue la verdad que le reveló esa misma noche: ella no era una niña común. Era la hija de la reina, la soberana que gobernaba el país desde hacía años. Su madre, una figura enigmática y distante, reinaba sola, pues el rey había muerto hacía mucho tiempo.
Aunque Kevin intuía que había algo extraño en todo esto, no podía evitar sentirse atraído por la amabilidad de Alina. A pesar de la calidez del castillo, había una sombra inquietante que se cernía sobre el lugar. Nadie mencionaba al rey, y la reina nunca se mostraba al público. En las pocas ocasiones en que Kevin la había visto, su presencia era tan enigmática y fría como el castillo mismo.
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EL DRAGÓN DE FUEGO
FantasíaLa tragedia de aquella noche marcó el fin del mundo unido. Los humanos, temerosos de los poderes de los mutantes, comenzaron a perseguirlos y expulsarlos de sus tierras. Los mutantes, debilitados y desorganizados tras la muerte del rey Drakov, huyer...