Seguía perdido en frente de aquel lienzo, como un navegante varado en un mar de blanco. Continuaba allí dentro de esa habitación pequeña, dentro de esas cuatro paredes blancas y altas, que me hacían sentir encerrado y consumido en ellas. Pero a su vez allí dentro creía que podía concentrarme, para lograr pintar aquello que sentía cuando la veía, o en su defecto pintarla, pintarla a ella.
Seguía invadido de ideas y pensamientos sobre aquella pintura que debía realizar.
Escuchaba ópera a todo volumen para intentar concentrarme. Bajé la mirada del lienzo y me encontré con las pinturas, la roja se llevó mi atención. Así que, la cogí, destapé y llevé hacia mi nariz para olfatear dicho olor particular y penetrante que tiene aquella pintura; ese olor extraño que no logro compararlo con ningún otro. Por impulso introduje mi dedo anular en esa pintura y en ese acto logré sentir esa textura espesa que tiene, y a su vez sentía como si esa pintura roja estuviera atravesando la piel de mi dedo, sentía que me invadía hasta el cerebro, para por fin lograr plasmar algo en aquel lienzo.
Pasaban las horas y yo seguía allí sin tener claridad de cómo realmente quería plasmar aquello que siento por ella, no sabía cómo lograr plasmar ese amor que me hace sentir, que me consume, que me llena. Repasaba en mi mente cada rasgo suyo, sus ojos color miel que me desarmaban cada que me veían, su cabello negro y largo que llegaba hasta sus hombros, sus labios rojos cada que se tocaban con los míos me hacían sentir una llama recorriendo todo mi cuerpo.
Mi mente seguía navegando cada recuerdo con ella, esa primera vez que la vi en ese bar oscuro y de mala muerte, pero ella sin duda deslumbraba y se robaba la mirada de todos, incluso la mía. Esa noche me encontraba en aquel bar sentado boceteando cuando de repente siento un olor dulce y sutil, era una mezcla de jazmín y caramelo. Voltee y era ella inclinada hacia mí, observando aquel boceto que estaba plasmando en una servilleta, ella me dijo:
Antonella: que obra de arte esa que estás haciendo en una servilleta, sos un genio.
En mi cabeza solo pensaba que la obra de arte era ella, pero respondí –
David: jajaja gracias, pero qué decís, esto es una mierda.
Ella se sentó a mi lado con confianza, como si me conociera de toda la vida. –
Antonella: qué va, o es que qué más has hecho que decís que eso es una mierda?
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La musa de mi ser
Short StoryUn pintor estancado en cómo representar un amor en el lienzo