Capítulo único

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La guerra comenzó el 8 de febrero de 1904, cuando Japón lanzó un ataque sorpresa contra la flota rusa en Port Arthur, en la península de Liaodong. La guerra se libró en varios frentes, incluyendo Manchuria, Corea y el mar del Japón, actualmente se encontraban algo alejados de esa fecha.

Las condiciones de los soldados durante la guerra fueron muy difíciles. Los soldados japoneses y rusos tuvieron que enfrentar condiciones climáticas extremas, escasez de alimentos y agua, condiciones sanitarias deficientes: enfermedades, heridas y muerte.

Mientras tanto la vida de los civiles era una tortura del como vivían, tenían escasez de alimentos y agua, destrucción de propiedades y hogares, desplazamiento y refugio: muchos civiles tuvieron que huir de sus hogares y buscar refugio en otros lugares, tuvieron que vivir con el miedo constante de ser atacados o heridos. Los niños y las mujeres fueron especialmente afectados por la guerra.

Habían pasado poco menos de tres años desde la última batalla, las personas que tanto intentaron acostumbrarse a su nueva vida otra ves no sirvió demasiado cuando las bombas comenzaron.

Algunos se refugiaban, otros simplemente se escondían y en la parte lejana de la ciudad se podía apreciar algunos cuerpos sin vida.

Hace un poco más de tres semanas Japón tuvo que acercarse con su ejército a Rusia, en los periódicos no decían casi nada y eso le causaba fastidio, quizás era por falta de un brazo desde la última ves.

Algunos mercaderes comenzaron a vender un poco para sobrevivir a toda aquella escasez y angustia, nada era seguro, pero las bombas cesaron por esos días.

Decidió colocar algunas monedas en su bolsillo para después salir del lugar algo derrumbado donde se hospedaba hace varios meses. No era lo mejor del mundo ni tampoco lo peor, pero al menos se lograba proteger de las noches frias y fuertes lluvias que había en esa época del año.

Apenas había logrado caminar unos metros cuando había comenzado a escuchar gritos, seguramente Hizashi era una de las personas alborotadas, siempre lograba reclamarle cosas a sus clientes, aunque está ves se sorprendió un poco al verlo tan furioso y regañando a un niño.

—¿Cuánto te debe? — se acercó a ellos mientras observaba al rubio quien mantenía su ceño fruncido.

—Hace días me está robando pan, piensa que tiene de derecho de no pagar — seguía sujetando el cuello de la camisa del menor con fuerza.

—¿Cuánto te debe? — volvió a preguntar pero con esta ves un tono más serio en su voz.

—Cinco monedas — el azabache le arrojó el dinero para que después liberara al niño, compró algunas frutas y otros tipos de comida para después irse de allí.

—¡Espere! — el pequeño rubio lo había estado persiguiendo con sus cortas piernas, el simplemente evitaba burlarse del menor.

—¿Qué quieres? — había decidido detener sus pasos para bajar un poco su mirada al contrario.

—¿Debo devolverle las monedas? — arrugó un poco su camisa blanca con algo de timidez.

—No, mejor vuelve por donde viniste — sugirió sin demasiado interés.

—Yo...solamente estoy vagando por todos lados — Aizawa lo entendió rápidamente, seguro era de esos niños que habían sido afectados por las bombas y todas aquellas personas cercanas desaparecieron o murieron.

—Entonces vuelve del hueco donde saliste — claro que no pensaba tener empatia por alguien así, porque sabía que probablemente le terminarían robando lo poco que había logrado conseguir para sobrevivir.

Pequeños pasos [𝐀𝐢𝐳𝐚𝐰𝐚 𝐝𝐚𝐝]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora