Capítulo 39

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Athena.
El lugar estaba silencioso, con una penumbra que solo se veía interrumpida por las sombras largas que proyectaban las luces bajas de los pasillos. Caminé con paso firme, pero en mi interior, las tensiones se acumulaban. Sabía que Dorian no era alguien que apareciera sin una razón clara. Sabía que en este momento, ese reencuentro no sería casual.

Cuando entré en la sala, mi mirada se encontró con su figura, un contorno que reconocería en cualquier lugar. Estaba de pie junto a una ventana, su silueta recortada contra la luz del exterior, observando el vacío como si estuviera esperando algo. No necesité decir nada para que se girara. Él siempre sabía cuándo estaba cerca, como si pudiera sentirme antes de que yo cruzara el umbral.

-Athena.

Su voz, profunda y controlada, hizo que mi respiración se detuviera por un momento. Había algo en ella, una calma inquietante que me puso alerta. No era el tono que usaba normalmente. Esta vez había algo más, algo que me decía que ya no éramos solo dos aliados en un juego peligroso. Algo había cambiado, y yo no estaba completamente segura de qué era.

-Dorian -respondí, intentando que mi voz no sonara tan baja como se sentía en mi pecho-. No pensé que aparecerías tan pronto.

Él se acercó lentamente, sus ojos oscilando entre una mezcla de cautela y curiosidad.

-Siempre llego cuando es necesario. Y parece que este es uno de esos momentos, ¿no? -Su mirada se posó sobre mí, escrutando cada pequeño gesto, cada rincón de mi postura. Era como si tratara de desentrañar mis intenciones con solo una mirada-. Pero dime algo, Athena. ¿Qué estás jugando ahora?

Las palabras me alcanzaron como un latigazo, y tuve que tragar un nudo que se formó en mi garganta. Sabía que lo que él me estaba diciendo no era solo una pregunta común. Dorian no preguntaba sin tener una razón detrás.

-El plan sigue en pie, no debes preocuparte. Estoy donde necesito estar, Dorian. Mi lealtad sigue siendo la misma. Lo que no sé es si la tuya también lo es. -Me acerqué a él, enfrentando su mirada directa, retadora-. ¿De qué lado estás tú ahora?

Un destello de algo, tal vez arrepentimiento, cruzó sus ojos. Pero solo duró un segundo. Como siempre, Dorian Kittel mantenía su máscara implacable.

-¿Me estás poniendo a prueba? -preguntó con una ligera inclinación de cabeza, su tono más frío de lo que esperaba-. Sabes que no soy alguien que se deja manipular tan fácilmente. Y después de todo lo que ha pasado, después de todas las mentiras que nos hemos lanzado, la pregunta no es si confío en ti, Athena. Es si tú sigues siendo quien dices ser.

Mi pulso aumentó, pero mi voz no vaciló.

-Yo soy la misma. Pero esta es una guerra, Dorian. No podemos permitirnos lujos. Cada uno de nosotros tiene su propio juego que jugar, y lo que yo hago aquí no es solo para mí. Es para ambos.

Dorian dio un paso hacia mí, su sombra envolviéndome en un silencio cargado. Sus palabras fueron más lentas, más meditadas.

-¿Y cómo sé que no estás jugando con fuego, Athena? Porque tengo la sensación de que te estás acercando más a la destrucción de lo que crees. Tal vez me equivoque, pero tus movimientos parecen cada vez más arriesgados.

Lo miré fijamente, sin apartar la vista. Sabía que no podía retroceder, ni un paso.

-Arriesgados, sí. Pero también son calculados. Giovanni tiene que caer, y si eso significa hacer sacrificios, lo haré. Pero no estoy sola en esto. Tú y yo sabemos lo que tenemos que hacer.

Dorian no respondió de inmediato. En cambio, su mirada pasó a algo más allá de mí, como si estuviera sopesando mis palabras en su mente. Finalmente, sus labios se curvaron en una sonrisa irónica, aunque no llegó a ser completamente genuina.

El rubí del Emperador [+18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora