Capítulo único

19 3 1
                                    

Se revolvió en su cama con inquietud; el malestar provocado por el aroma húmedo comenzaba a marearlo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Se revolvió en su cama con inquietud; el malestar provocado por el aroma húmedo comenzaba a marearlo. Se acostó de costado, mirando hacia la ventana, cerró los ojos e intentó bloquear sus pensamientos impulsivos, decidiendo finalmente dormir. Pequeños destellos de luz artificial, producidos por los postes, se colaban entre la oscuridad de la habitación, iluminando tenuemente el reducido espacio.

Santiago entreabrió su ojo izquierdo, intentando enfocar la ventana de madera astillada. A través de ella, apenas vislumbró la calle inclinada, poco iluminada, y con dificultad pudo distinguir a sus amigos riendo en la cancha al final de la loma.

Reconocía el timbre de las risas y el golpeteo de las patadas contra el balón remendado. Quería salir a jugar.

Suspiró con frustración, pataleó contra el colchón y, sin pensar demasiado, se levantó de golpe. Cruzó la pequeña habitación con cuidado, procurando no golpear ninguna superficie que pudiera generar ruido, hasta llegar al nochero donde guardaba su ropa. Bajo la tenue luz que entraba desde la calle, revolvió entre las prendas hasta encontrar una pantaloneta parchada y vieja, junto a un camisón del Atlético Nacional que había pertenecido a su papá.

Se cambió con parsimonia y regresó hacia su cama. Levantó la almohada y sacó un reloj viejo que guardaba ahí; lo había encontrado en un andén y, por suerte, aún funcionaba.

—¿A dónde creés que vas? —inquirió una voz masculina desde la esquina del cuarto.

Santiago dio un respingo y volteó rápidamente con dirección a la voz. Entre la penumbra, reconoció a Camilo observándole de arriba abajo con el ceño fruncido. Forzó una sonrisa y llevó su dedo índice contra sus labios, indicándole a su hermano mayor que guardara silencio.

Camilo negó con resignación, se dio la vuelta y comenzó a caminar, alejándose hasta desaparecer por el pasillo.

Santiago suspiró pesadamente y se dirigió con pasos torpes hacía la ventana. Sin demasiada dificultad, pasó una pierna sobre el desgastado marco de madera y se impulsó para pasar la otra, seguido por su torso. Permaneció sentado unos segundos en el borde, dejando que la fría ventisca golpeara contra su piel antes de dejarse caer al suelo.

Las angostas callecitas estaban desoladas. La noche estaba calmada.

Saltó de la ventana y al incorporarse de nuevo, se sacudió del polvo que le había caído a su ropa después del aterrizaje en el suelo.

—¡Espérame, güevón! —gritó Camilo, apareciendo por la ventana.

Santiago sonrió con malicia y comenzó a correr cuesta abajo, ignorando los gritos de su hermano. Aceleró el paso al ver que Camilo ya había saltado por la ventana y empezaba a perseguirlo.

Serpenteó entre las calles, cuidándose de los caminos de tierra y las piedras sueltas que podían hacerlo resbalar.

—¡Jajajaja, pedazo de estúpido! —rió Camilo con sorna, burlándose al ver a Santiago dar un paso en falso y rodar escaleras abajo por las improvisadas gradas de tierra.

Los ángeles lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora