capitulo Extra

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|•Capitulo extra•|

Narra Rose

No sé cuántos días han pasado desde que me dejaron aquí. Todo se ha vuelto un interminable ciclo de hambre, frío y desesperación. Mi cuerpo está débil, apenas puedo moverme. Mis labios están resecos, agrietados, y mi garganta es un desierto donde las palabras se deshacen antes de salir.

El aire apesta. Dios, el olor... Es él, su cuerpo, tirado en la esquina. Al principio no lo miraba, lo ignoraba, pero ahora no puedo apartar la vista. Está allí, pudriéndose, convirtiéndose en algo grotesco. Las moscas lo rodean, zumbando como si celebraran mi miseria.

Quise alejarme de él, pero el sótano es pequeño y no hay adónde ir. No importa dónde me siente, el olor me alcanza. Es ácido, pesado, se pega a mi piel. Intento respirar por la boca, pero entonces puedo saborearlo.

—¡Malditos sean, Milyen y Michael! —grito, aunque mi voz ya no tiene fuerza—. ¡Esto no es justo!

Pero no hay respuesta, solo el eco de mi propia voz burlándose de mí.

El hambre me devora desde dentro. Cada día siento que mi estómago se retuerce más, como si intentara comerse a sí mismo. He considerado cosas que jamás pensé posibles, como acercarme al cuerpo y... No, no puedo hacer eso.

Las sombras aquí parecen moverse. O tal vez es mi mente jugándome trucos. A veces juro que lo escucho hablar.

—Rose... ¿Por qué me dejaste morir?

—¡Cállate! —le grito, apretando los puños—. ¡Estás muerto, no estás aquí!

Pero su voz vuelve. Su risa. Es como si el sótano estuviera vivo, burlándose de mí.

Ya no sé qué es real. El tiempo es un enemigo, avanzando lento, torturándome con cada segundo. Mis piernas están tan débiles que ya no me sostienen. Estoy en el suelo, acurrucada, intentando ignorar el dolor en mis huesos, en mi estómago, en mi alma.

—No voy a morir aquí... —susurro, pero ni yo misma lo creo.

La deshidratación es peor que el hambre. Mi lengua está hinchada, cada trago de saliva duele. Mis ojos arden, mis pensamientos son confusos.

Cierro los ojos y dejo que mi mente viaje, pero los recuerdos son crueles. Recuerdo la última vez que me sentí poderosa, cuando pensé que tenía el control. Qué irónico...

El cuerpo de él sigue ahí, y cada día está más podrido. Ahora lo miro y no siento nada. Ni asco, ni tristeza. Solo vacío.

Finalmente, mi cuerpo empieza a rendirse. Ya no puedo moverme, ni siquiera levantar un dedo. Mi respiración es superficial, como si el aire se negara a entrar. No sé si es de día o de noche. No sé si estoy despierta o soñando.

Y entonces, todo se vuelve oscuro.

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