Capítulo 20| Dante

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Desde el momento en que Alma decidió dejarme, supe que no podía permitir que nada le pasara. No después de todo lo que habíamos vivido. Aunque estuviera lejos, seguía siendo mía. Esa verdad era innegable, incluso si ella intentaba escapar de ella.

Mis hombres estaban desplegados en cada esquina, vigilándola, informándome de cada uno de sus movimientos. Era mi forma de protegerla, aunque nunca lo supiera.

Esa noche, mientras estaba en mi oficina, Luca me llamó con su reporte diario.

—Señor, la señorita Alma terminó su turno en el café y regresó a su apartamento. Hubo un momento extraño: pareció notar algo mientras caminaba y entró en una tienda. No hubo incidentes mayores.

Apreté el puente de mi nariz, frustrado.

—¿Extraño cómo?

—Parecía nerviosa, jefe. Creemos que alguien pudo estar siguiéndola. No logramos identificar a nadie sospechoso, pero seguimos investigando.

La rabia me recorrió como un veneno.

—Averigua quién fue y elimínalo. No quiero dudas. Si alguien se atreve a acercarse a ella, no quiero que vea otro amanecer.

—Entendido, jefe.

Colgué el teléfono y me apoyé en el escritorio. La idea de que Alma pudiera estar en peligro era insoportable. Pero lo peor era saber que no podía estar con ella para protegerla directamente. Su rechazo todavía ardía en mi pecho, como una herida abierta que no dejaba de sangrar.

Caminé hasta el ventanal de mi oficina, con la ciudad extendiéndose frente a mí. Las luces brillaban como estrellas caídas, pero nada de eso tenía sentido sin ella. Cerré los ojos, y su rostro apareció en mi mente: su cabello, su risa, la forma en que sus ojos me desafiaban incluso en los momentos más oscuros.

El deseo y la frustración se mezclaron en mi interior, un cóctel tóxico que no podía controlar. Me hundí en el sillón, dejando que las imágenes de ella tomaran el control. Recordé cómo se sentía tenerla entre mis brazos, su piel bajo mis dedos, su aliento mezclándose con el mío.

Pero todo era un maldito recuerdo. Ahora estaba sola, lejos de mí, y eso me estaba volviendo loco.

Cuando el teléfono volvió a sonar, mi respiración estaba agitada. Contesté de inmediato.

—¿Qué?

—Jefe, encontramos algo. Un hombre rondaba cerca de su apartamento anoche. Tenemos imágenes de las cámaras de seguridad. Parece ser alguien vinculado a Santiago.

Apreté los dientes.

—Tráelo. Quiero encargarme de esto personalmente.

—Sí, jefe.

Colgué y me levanté del sillón, mi pecho ardiendo con una mezcla de ira y obsesión. Santiago podía estar muerto, pero sus hombres seguían rondando, intentando alcanzarla para vengarse de mí.

Mi protección no era suficiente. Tendría que estar más cerca, aunque ella no lo supiera.

Caminé hacia el mini bar de la oficina y serví un vaso de whisky. El líquido dorado no apagó el fuego que sentía, pero al menos me ayudó a pensar con claridad.

Mientras bebía, mi mente volvía a ella una y otra vez. Alma era como una tormenta que no podía contener, pero también como un faro que no podía ignorar.

Si ella sufría, yo sufriría más. Pero no permitiría que nadie más la tocara, la dañara o intentara apartarla de mí. Aunque me costara todo, ella siempre sería mi debilidad y mi mayor obsesión.

La noche era oscura, apenas iluminada por las débiles luces de los postes en la calle. No confiaba en nadie. Mis hombres eran competentes, pero si alguien podía proteger a Alma de verdad, ese era yo. Ya había dejado que me la arrebataran antes, y no volvería a cometer el mismo error.

Tomé mi abrigo y mi arma, saliendo de la mansión sin informar a nadie. Este era un trabajo personal.

Al llegar al edificio de apartamentos donde vivía Alma, aparqué a una distancia segura. Desde mi asiento, observé las ventanas, buscando la suya. La ciudad parecía tranquila, pero sabía mejor que nadie que las apariencias engañaban.

Subí por las escaleras de emergencia, buscando un punto desde donde pudiera verla sin ser detectado. No quería que supiera que estaba allí. La última vez que hablamos, dejó claro que no quería volver a verme, pero eso no importaba. Mi deber era protegerla, incluso si tenía que hacerlo en las sombras.

Cuando encontré su ventana, me detuve en una esquina oscura. Desde ahí, podía verla con claridad. Alma estaba en su pequeño salón, sentada en el sofá con un libro en las manos. Su cabello caía en ondas desordenadas sobre sus hombros, y llevaba una sudadera gris que parecía dos tallas más grande. Se veía tranquila, perdida en las páginas.

Por un momento, me quedé inmóvil. Era extraño verla así, sin las cicatrices de nuestra historia entre nosotros. Pero entonces recordé por qué estaba ahí. No era casualidad que hubiera sentido que la seguían, que hubiera algo extraño en su día a día. Alguien estaba rondándola, y no sabía quién ni por qué.

Apreté los puños mientras la miraba. Ella estaba completamente ajena, pasando una página de su libro, mordiendo su labio inferior como solía hacerlo cuando algo la intrigaba.

Era una imagen que debía traerme paz, pero en cambio, solo aumentó mi ansiedad. ¿Quién demonios podía estar siguiéndola? Hombre o mujer, no importaba; cualquiera que intentara dañarla se enfrentaría a mí.

El frío de la noche se coló por mi abrigo, pero no me moví. No podía apartar la vista de ella.

Un ruido detrás de mí hizo que sacara mi arma en un segundo, girándome hacia la dirección del sonido. Era un gato callejero que saltó de un contenedor de basura, mirándome antes de correr hacia la oscuridad.

Volví a centrarme en Alma. Si tan solo pudiera entrar y decirle todo lo que sentía, confesarle que no había pasado un solo día sin pensar en ella. Pero eso era imposible ahora.

Observé hasta que apagó la luz de la sala y entró a su habitación. Solo entonces me permití respirar con algo de tranquilidad. Ella estaba a salvo, al menos por esta noche. Pero sabía que no podía bajar la guardia.

La protegía desde lejos porque era lo único que me quedaba. Aunque no lo supiera, siempre sería mía, y nadie podría cambiar eso.

Susurros en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora