Parte sin título 2

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Acelerando el Alma


El rugido de los motores siempre había sido parte de la vida de Lucía, como el canto de los pájaros o el sonido del río Uruguay en las madrugadas frías. Esa mañana no era diferente: un cielo gris anunciaba lluvia, y las últimas gotas de mate resonaban en el termo mientras su abuelo, Cándido, terminaba de revisar los planos del auto con el que cerraban la temporada.

—¿Sabés qué, Linterna? Hoy no importa quién gane esta carrera —dijo Cándido con su voz ronca y pausada—. Lo que importa es lo que decidamos después.

Lucía, de pie junto a él, con las manos engrasadas y su rodete desordenado, lo miró con una mezcla de curiosidad y complicidad.

—¿Qué querés decir, abuelo? —preguntó, mientras ajustaba una tuerca que él había olvidado, como siempre.

Cándido la observó en silencio unos segundos. Sus ojos reflejaban años de lucha y sabiduría, pero también algo nuevo: esperanza.

—Este mundo... estos campeonatos, no son para los que tienen más dinero o poder. Pero están hechos para los que tienen corazón, los que no se rinden. Hay un pibe, Lucía. Un piloto. Uno bueno de verdad.

—¿Estás hablando de Dante? —respondió Lucía, levantando una ceja.

Dante Carena era un talento desconocido en las pistas, un joven que había dejado atrás una vida de excesos para redimirse en el asfalto. Su historia resonaba en los rumores: un padre alcohólico, un pasado de rebelión y un amor inquebrantable por las carreras que lo mantenía firme pese a no contar con recursos ni un equipo sólido.

—Sí, de él. Es diferente. Tiene algo que los otros no tienen: hambre. Pero no del malo, no el de los que quieren solo fama. Él quiere ganarse el respeto, demostrarle al mundo que puede. Y, Linterna, creo que vos y yo podemos ayudarlo.

Lucía dejó de ajustar la tuerca y lo miró fijo. Sabía que la apuesta era arriesgada. Apenas tenían recursos para sostener su propio equipo, y comenzar de cero con un piloto sin respaldo era un sueño que podía costarles todo.

—¿Y el hijo de los Álvarez? —preguntó, con un dejo de ironía.

Cándido bufó. Los Álvarez eran los gigantes del automovilismo local. Con su maquinaria perfecta y su billetera interminable, tenían a su hijo, Martín Álvarez, como el favorito para llevarse el campeonato ese año. Pero todos sabían que el joven heredero corría más por cumplir con su padre que por pasión.

—Martín tiene todo, menos corazón. Y eso no se compra con plata. —Cándido se acercó a ella, poniéndole una mano en el hombro—. Linterna, siempre me decís que creés en lo que hacemos. Este es el momento de demostrarlo.

Lucía tomó aire y asintió. Sabía que no había vuelta atrás. Si iban a hacerlo, sería a su manera, apostando todo en lo que creían.

Acelerando el almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora