10. El rostro de la traición

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Elena Bosch

No podía quitarme esa sensación incómoda desde que Adrián había cruzado la puerta de nuestra casa. Todo en él era cuidadosamente medido: su sonrisa, sus palabras, hasta la forma en que se inclinaba ligeramente hacia mis hermanos cuando hablaba con ellos, como si realmente le importaran sus opiniones. Y lo peor es que ellos parecían creerle.

Al principio, pensé que lo tolerarían solo para seguirle el juego, para averiguar qué estaba planeando. Pero cuanto más tiempo pasaba con ellos, más natural parecía su conexión. No dejaba de preguntarme: ¿y si Adrián es más inteligente de lo que creemos? ¿Y si está manipulándolos para que confíen en él de verdad?

Mis amigas también jugaban su papel, riéndose de sus comentarios, fingiendo interés en sus historias. Lo hacían bien, demasiado bien, tanto que incluso yo comenzaba a dudar de si seguían actuando.

Franco, por supuesto, no podía soportarlo. Lo veía en cada movimiento suyo, en la forma en que apretaba la mandíbula cada vez que Adrián entraba en una habitación. Su tensión era palpable, y aunque intentaba mantenerse al margen, terminaba diciendo algo sarcástico o frío, lo que solo hacía que Adrián se viera aún más "maduro" al responder con calma.

Yo, en cambio, intentaba mantenerme neutral. No podía darme el lujo de mostrar mis dudas frente a Adrián. Si él sospechaba que yo no estaba comprando su acto, se volvería más cuidadoso, más difícil de atrapar. Así que sonreía, respondía educadamente, pero mantenía cierta distancia.

Todo eso cambió una tarde, cuando recibí un mensaje anónimo en mi teléfono:
"No confíes en él. Lo que estás buscando está más cerca de lo que crees."

Mi corazón dio un vuelco. Miré alrededor, asegurándome de que nadie estuviera observando. Franco estaba en la esquina de la sala, claramente vigilando cada movimiento de Adrián, y mis hermanos estaban completamente absortos en una conversación con él. Decidí no decir nada por el momento. Guardé el teléfono en mi bolsillo y me esforcé por mantener la compostura.

Más tarde, cuando Adrián finalmente se marchó, Franco no perdió el tiempo.
—¿Hasta cuándo vamos a permitir esto? —me preguntó en cuanto nos quedamos a solas en mi habitación. Su voz estaba cargada de frustración—. ¿No ves lo que está haciendo? Está jugando con tus hermanos, con tus amigas... contigo.

—Lo sé —admití, suspirando mientras me sentaba en la cama—. Pero no podemos apresurarnos. Necesitamos pruebas, Franco.

—Pruebas. —Él soltó una risa amarga, pasando una mano por su cabello—. Mientras tú buscas pruebas, él se está metiendo más y más en tu vida, en la de tu familia. Y no puedo quedarme de brazos cruzados viendo cómo lo hace.

—¿Y qué quieres que haga? —repliqué, levantando la voz ligeramente—. ¿Que lo confronte y le pregunte si mató a tus padres?

Franco se quedó en silencio, sus ojos llenos de emociones que apenas podía contener. Finalmente, se sentó a mi lado.
—No, no quiero eso. Pero necesito que entiendas algo, Elena, Adrián no es solo un hombre peligroso. Es un hombre calculador. Si le damos demasiado tiempo, va a usarlo en nuestra contra.

Asentí, porque sabía que tenía razón. Adrián no estaba aquí solo por simpatía o curiosidad. Tenía un plan, y cada segundo que pasaba con nosotros era parte de ese plan.

Sin embargo, ahora también estaba el mensaje anónimo. ¿Quién lo había enviado? ¿Cómo sabía lo que estábamos buscando? Y lo más importante, qué significaba "más cerca de lo que crees".

—Franco —dije, mirándolo a los ojos—. Hay algo más.

Le mostré el mensaje. Su expresión cambió al instante, de enojo a preocupación.
—¿De dónde salió esto?

El lado oscuro del corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora